sábado, mayo 26, 2007

País de noticia

Los periódicos ya no se daban abasto, las denominadas notas rojas, antes despreciadas, habían ido cobrando importancia hasta ascender en jerarquía y pasar de las secciones en las últimas páginas a las centrales y plana principal, aun en los hebdomadarios más respetables y menos dados al morbo.
Esta bonanza inesperada de noticias homicidas en territorio nacional había determinado el renacimiento del periodismo caxilense que levantaba la cabeza tras un siglo de aletargamiento y mero reciclaje de informaciones compradas a agencias internacionales. Todo indicaba un regreso a la edad de oro del periodismo directo, pues si algo tenían de positivo esas novedades dentro de las propias fronteras, era el volver asequibles su cobertura, y las direcciones no escatimaban en el envío de reporteros baratos a través los altos y bajos del país. Y se especulaba que muy pronto, se podrían establecer contratos para la exportación en masa de reportajes al extranjero, que ya se les vendían al menudeo. Caxilo era, en suma, un hervidero de actualidades: cada cuatro horas, se murmuraba, en un rincón insospechado, en la sombra o pleno día, se mataba a alguien.

A Artemio Soz, reportero, lo despachó el periódico “La Trifulca” a Cainan, donde un tiroteo había dejado escasos dos muertos. En otra época habría dudado en ir a causa del nombre con sonoridad a mal agüero, pero por los tiempos que corrían los delitos no se fijaban en nimiedades, dándose parejo en poblaciones con denominaciones del tipo Paso de las Ovejas o Remanso de Ángeles, que en los que echaban bocanadas de azufre al pronunciarlas, y pensaba en las localidades de Infiernillos o Averno, teatros también de homicidios.

El delito era banal, dos policías asesinados a tiros de grueso calibre, de la clase que se suponía prohibida y que sin embargo daba cada vez más la impresión se trataba de artículos comunes y corrientes de compra sino en la mercería de la esquina, casi.
A los cuerpos los llenaron del plomo de las balas o sus impactos según era la costumbre, rematándolos con lo que parecía la firma: el tiro de gracia.
El problema para Soz, profesional comprometido por su salario a hacer un trabajo para el que en lo personal no se sentía ningún talento, no era la carencia de testigos -nunca los había- sino que tampoco halló en Cainan a ningún representante de la ley local.
En efecto, los cuerpos político y policíaco de esta población, quizás impulsados por un sentimiento de solidaridad, habían renunciado en bloque. Se trataba del primer caso de deserción general de puestos públicos.
Entonces nuestro reporter, sin otros indicios que dos fallecidos con sus nombres en tal lugar, a tales horas y punto. Se sintió unas ganas inmensas de mandar al periódico él también su renuncia, con tal de no tener que inventar con el recurso exclusivo de su cacumen la reconstrucción de los hechos. Y esto porque era necesario rellenar una larga columna de la página central del diario, con el detalle y de preferencia la explicación de la susodicha refriega. Pero ya se ha dicho que no tenía talento. Así que visualizó con sobriedad sus dos recursos habituales de inspiración: el asco y el alcohol; y los puso de inmediato en marcha dirigiéndose, en principio, a la morgue.
Entró lívido, lo curioso es que su tío -en la redacción- había creído hacerle un favor ascendiéndolo a reportero de esa sección en pleno auge de homicidios. Sobre la plancha los cadáveres eran, como los de la mayoría, de panzones desbordantes y al presente unas coladeras de hoyos negros. No alcanzo a salir, les vomitó a un lado. El cuidador lo miró pensando lo que él ya sabía:
- De dónde lo sacaron. Aquí se necesitan tripas.
Luego preguntó por una fonda, y entre las moscas, ingurgitando la cerveza directo de la botella, encendió su ordenador portátil y tecleó veloz con la boca todavía agria de jugos gástricos.

Nada fuera de lo normal, la tendencia se confirma. Un promedio de 20 asesinatos al día, sin tomar en cuenta a los desaparecidos. Caxilo puede desde ahora ir contando con un lugar honorífico dentro de los países con mayor violencia en los reportes de este año. Y Cainan, pueblo patriota, contribuyó con su grano de arena o dos muertos a la conservación de ese puesto en los indicadores internacionales de horrores. Como se ve bajo esta rubrica todo es normalidad. Sólo querría llamar la atención de los amables lectores de este diario “La Trifulca” sobre el hecho inaudito y grave de la ausencia de poderes durante un día entero en el susodicho pueblo, ese pequeño territorio de la república que se quedo sin juez, ayuntamiento o policía en un completo vacío gobernativo, por la renuncia intempestiva de sus servidores públicos, que ante el asesinato inexplicable de unos compañeros prefirieron se dijera de ellos: aquí corrió y no quedo.

Y al acabar suspiraba: Ojala me despidan.

domingo, mayo 20, 2007

Historial

Lamento ser reiterativa, pero el cuerpo lo es.
75% de humedad esta madrugada, y se pronostica 100 para mañana en la tarde poco antes de la lluvia, con vientos del noreste.

El cuerpo es la mejor de las costumbres: respira, se hambrea, atasca, cansa, duerme, despierta; y de paso, mueve y envejece con mucha propiedad.
Salvo en casos de herrumbre, las placas de oxido que se pegan en las tuberías de los bronquios por culpa de las llamadas alergias, esa hipersensibilidad heredada de algún abuelo. Por cierto que mi abuela decía que no me faltaba ninguna. Por fortuna se equivocó, mas cualquiera entenderá que fue el orgullo familiar quien la llevó a exagerar de esa manera. Digamos que mi parentela podía, para efectos clínicos, ser visualizada como una genealogía de consumidores regulares de antihistamínicos en sus diversas historicas modalidades. Y según recuerdo, en los días de fiesta entre brindis y postre, los niños íbamos a buscar las cajas vistosas de las pastillas para nuestras particulares alergias, bajo la mirada siempre aprobadora de los mayores.

Cuatro de la mañana y otra vez el cuerpo, la mejor de las costumbres, respirando sin branquias, torpe, el aire acuoso de un tiempo a la renacuajo.

martes, mayo 15, 2007

Fernando Vallejo

Un escritor arricano cambió de nacionalidad, y como estaba en su carácter no desaprovechó la ocasión para mandarles a sus ex compatriotas una epístola con sus razones del tenor: son unos mojigatos, unos asesinos y estúpidos, con un suelo que rezuma huesos, calzoncillos, zapatos y cráneos con dentaduras incólumes, sonrientes sin labios, imbéciles por ende a la par que el conflicto armado, apenas se da una palada.

Para nueva patria eligió Caxilo. La tierra cuya fauna burócrata e intelectual le ofreció solícita los medios para sacar adelante su carrera tras brindarle asilo, confiada, enferma hasta la médula de una infección que en su modalidad local lleva el nombre de malinchismo: la admiración irracional por lo extranjero, que en el caso de Fernando Vallejo dio en el blanco, le atinó, compensando con creces por un favoritismo justificado, las centenas de puestos dados a inmigrantes por lo general de izquierda que llegan a Caxilo sin mayor recomendacion u oficio que el ser exiliados políticos. Un enriquecimiento constante para la nación, se dice, sí seguro y en principio de sus rencores: el anticlericalismo, antimilitarismo y traumas dictatoriales de todo género que trasladan sin modificación al nuevo contexto, una inyección de odio como anfetamina importada y regalo cariñoso al país huésped.

Pero Vallejo, insisto, es una personalidad aparte. Lúcido, conservó la distinción entre los problemas de su país y el de residencia. Aun cuando acá y allá traen sotanas o uniformes, constató, los hombres y sus conflictos son diferentes, y los modos de abuso también tienen sus particularismos. El hablaría de los que conocía, los de Colombia. Y traía las entrañas tan cargadas de lo que necesitaba denuncia que tras siete lustros no termina de hacerlo, sacando su inspiración directamente de la indignación ante los procederes de sus paisanos; los cuales afín quizás de no agotar a su musa, la engordaron, esmerándose en particular durante una década, através un recrudecimiento increíble de violencia.

Yo, caxilense, no puedo sino felicitarme de la ganancia nominal de un ciudadano insigne para mi patria. Sólo que en realidad y salvo por el pasaporte, no lo es. Pues Vallejo tiene los ojos tan puestos en Colombia que no se ha percatado que Caxilo ha evolucionado y se parece cada vez más a aquella, a pesar de sus particularismos.
Un país, su patria novel, en donde para diferenciarla con la vieja, les doy un ejemplo: para encontrar no es necesario excavar, ni para reconocer un antropólogo especialista, ni trechos largos e intermediarios de tiempo, porque al ejecutado lo dejan reconocible, fresco y con mensaje sobre la acera, nunca lejos del poblado, y basta espantar a las moscas y al miedo para encontrarlo. Pero el hecho es que duele lo propio no lo ajeno, y a Vallejo le duele a kilómetros y años de distancia.

jueves, mayo 10, 2007

Una manera

Hay diversas formas de hablar de un escritor. Una muy socorrida es:
- Oh, sí claro…sí, ya saben el autor de…, galardonado en…
Seguido de un fruncir de cejas y una mirada que le pasa al interlocutor por encima para hurgar el horizonte –la pared cercana-, en un probable ataque de modestia que pide disculpas por conocer, él sí, al notorio personaje que llama:
Un amigo”, eludiendo el “entre muchos” que exigiría la lógica terminal de su frase.
Luego mencionara que tuvieron juntos una célebre borrachera en el bar -vaya uno a saber- “tan famoso”. Complementando el prometedor informe con lujo de detalles, los unos más esenciales que los otros: el tipo de vino o cerveza, el número de cigarrillos consumidos, las piernas de las parroquianas, la groseria del servicio, para concluir su relato con la manera cómo el escritor -a quien quizá admira- vomitó, una manera muy suya, especial, y en definitiva, inspirada.
O bien, dirá que no, que F se moría de ganas, pero: “su hígado, ya sabe…. Sería para otra ocasión.” Pues: “Su esposa dice que…
- Ah, ¿No la conoce?
Parece preocupado y hace lo posible por remediar su o mi ignorancia:
- Guapa, linda… una amiga.
Otra, el señor por lo visto tiene multitud.
… la conocí hace años en la capital ibérica o catalana.
Aquí el contenerse es imperativo, se recomienda fingir, asumir el acto de la mentira, hacer como si aquel lugar virgen en absoluto del peso de nuestros pies fuera un paradero comun, un simple barrio con pretensiones en Caxilo, so pena de oír los escandalizados: “¡nunca ha estado!” y “lo que se pierde”.
A menos de que esté cansado de esa conversación unilateral en donde el interlocutor no lo ve sino por accidente, al tomar la copa de la mesa por ejemplo, y desee ser enfocado un instante a pesar de darse en las circunstancias de indignación ante su propio provincialismo ratonero, las raíces que no le han permitido cruzar el Atlántico.
Lo que haya decidido fue en pura perdida porque le empezó a contar interminablemente de aquellos parajes y se olvido por completo del escritor al origen de la plática, ganó es cierto el derecho a su mirada a que lo vieran por fin a la cara, mas lo interesante era el autor. Error o no, se lo trae en mentes. El descontento es visible: iba tan bien, y usted o yo interrumpiéndolo sin el menor tino ni pizca o sombra de sensibilidad en medio de la descripción entusiasta de… En castigo me respondió apenas:
- Ah, ése. Eramos como uña y mugre. –Pausa y suspiro.- Lástima que murió, concluiría enfático con los ojos que escrutaban de nuevo algo en la pared por sobre mi cabeza y hombros, dejando para otra ocasión u orejas de mayor monta cualquier información suplementaria.

lunes, mayo 07, 2007

¿Desnudo artístico?

Fue una sorpresa, cuando medio millón se presentó a la convocatoria. Nadie pensó hubiera en Caxilo tanto necesitado de demostrarse a sí mismo y a los demás, su falta ocasional de complejos.
Pues los caxilenses refractarios a la idea de autoridad pública y de disciplina privada, y amantes de la transgresion por principio; estos mismos ciudadanos quisquillosos habían acudido al llamado de la convocatoria con el propósito de obedecer a las gritas que chillarían en unos momentos altoparlantes gangosos en los cuatro costados de la plaza, transmitiendo una a una las caprichosas instrucciones de una voz sin ubicación definida, con origen quizá en algún cogote incorpóreo. El de un artista que había encontrado la fórmula del éxito vía las tomas fotográficas de multitudes a la Adán y Eva. Pero trabajar con miles requiere de toda una logística, los medios de encuadre y acatamiento; amen de la mercadotecnia que asegure la participación gratis.

La primera orden que se oyó en las inmediaciones de la plaza, fue:
¡Hagan cola! Entonces mis conciudadanos se formaron en filas sin chistar, mirándose a veces de reojo, con una mezcla de sonrisas en donde competían vergoña y atrevimiento.
La segunda fue:
¡Desnúdense! Y a pesar del frío que calaba y que cargó hasta con la eventualidad del rubor en las mejillas. Los adultos estoicos procedieron de inmediato a ponerse según su padre los engendró y madre parió al mundo, mientras en la intemperie entre las brisas que se sentían como ráfagas, la carne erizaba su pelambre escasa en la comúnmente llamada “piel de gallina”.
Siguieron luego en tumulto:
¡Corran! Y los humanos trasquilados y transidos trotaron en dirección a la Plaza, la sede histórica de los poderes del país y por lo visto también el lugar más idóneo para congregar a cualquier tipo de reunión de masas. Las mujeres corrían sosteniendo en un abrazo sus senos, los hombres con sus cinco extremidades -la quinta pequeña e invertebrada.
¡Alto! El gentío frenó en un arresto multiplicado y subito de carnes fofas.
¡Avancen! Avanzó.
¡Atrás! Reculó.
¡Boca arriba! ¡Acostados! El dictador al micrófono omitió, claro, cualquier comentario sobre el aspecto del suelo: negro con la contaminación o agua seca de alcantarilla. Los participantes se extendieron sin remilgos, llenándose los ojos con la luminosidad creciente del dia. Mientras abajo, a metros de distancia, los huesos de los antepasados palpitaban, y las nalgas al contacto del piso sentirían muy pronto su presencia. Pues los antiguos habitantes, vaya los ancestros, no tuvieron reparo en hincar el diente en tanto trasero celulítico, escualido, graso o fresco, a cuyas resueltas oleadas de escalofríos recorrieron a la masa que así tendida, como sobre una plancha de estufa y en cueros, era carne como de borrego.

Uno pensaría que aquí acaba la enumeración de las vergüenzas, pero siempre es posible ir más lejos:
¡De rodillas! ¡Prostérnense! La manada borreguil curvó dócil la cerviz apuntando el occipital hacia – y muchos se fueron con la finta- el casco de la antigua catedral, en realidad hacia la estructura provisional donde la voz y las órdenes tenían su origen, hacia el creador de la supuesta manifestación artística que a estas alturas ya había cobrado otro carácter: el de acto de pleitesía por la metamorfosis cuadrupeda de sus participantes.

Al final, les dijeron a los ciudadanos berreantes del puro frio que se podían levantar. Pero nunca se deben de probar otras naturalezas, y se ignora cuántos recuperaron efectivamente su humanidad, y cuántos por su mala estrella se quedaron ovejas, despejando a la postre la plaza como pudieron, a cuatro patas.

martes, mayo 01, 2007

Victoria

Debió de haberlo sospechado, leerlo con todas sus letras en esa manía suya de encaramarse en las alturas, por no hablar de su actitud de persona que va o viene y a penas saluda porque se le hace tarde.
Mora obviamente no sospechó nada, jamás tampoco se atrevió a dirigirle otra cosa que largas miradas. Jamás, claro, hasta cuando ya no era tiempo y la oportunidad se había esfumado por completo.
Se la encontraba dos veces a la semana a su ida y vuelta del Colegio y no porque los habituales paraderos de ella se hallaran por la más feliz de las ocurrencias en su camino, sino porque él tomaba ese tranvía ex professo a pesar de lo atiborrado del trayecto. No le importaban las cuadras suplementarias ni el despertador una hora antes, ni la sensación de miembros rotos con la cual su cuerpo de 16 llevaba a cabo el prodigio de levantarse a las 4.
Con tal de verla.
Andando a prisa, captarla como en una instantánea, sutil, con un solo pie al contacto del suelo y los brazos extendidos que daban algo. ¿Etérea? No, o únicamente a la manera en que las divinidades del Olimpo lo son, grávidas del peso de la carne bajo la epidermis joven que no requiere cremas, con la piel lechosa a la moda antigua. La de su amada, en cambio, más moderna era dorada y asomaba entre los paños que llamaba ropa. Pues no obstante su amor y la porción de enajenamiento que implica, Mora debía admitir la propensión de su dama a mal cubrir sus formas con ropas que parecían confabuladas con el viento, para pegársele como tela mojada al busto o bien tomar traviesas el vuelo al nivel de las faldas, descubriéndole una vez sí otra no, los muslos. Y sin embargo corría el año 1957, en la ciudad capital de Caxilo con su sociedad conservadora en la rúbrica de la moral pública, en el cruce de dos calles principales, entre los imponentes vehículos con caparazones metálicos que mimaban a lo civil un panzer, y la multitud, a visualizar en blanco y negro, con guantes, además de las cabezas cubiertas por sombreros en fieltro.

Se imaginaba que debía de defenderla y la pregunta era contra quién. El sólo considerar la posibilidad lo ponía mentalmente en firmes, listo. La gente sin embargo no la insultaba a pesar de sus vestimentas atrevidas, y salvo por las miradas locuaces que en caricias pegajosas se le posaban encima, tras desnudarle el cuerpo en detalle con los ojos de la imaginación. ¿Mas, qué? Acaso, se ligaría a golpes con un pelado porque babeaba al contemplarla? Tenía ganas y si no fuera por su condición de cadete, y el escándalo si el asunto terminaba en la comisaría…
La defendería, estaba convencido, pero de peligros más concretos que del deseo destilado por tanta pupila lujuriosa. A brazo partido con entusiasmo, hasta que le rompieran la cara y después todavía, con los huesos dentro de las carnes hechos astillas. Según corresponde, en todos los países del mundo, a los fieles entusiastas que aman estúpidamente de lejos.

Debió de haberlo sospechado, llevaba semanas en una actitud que exageraba su felicidad. Una falsa felicidad. Y aquella mañana regresaba quizás de una fiesta conmemorativa para la que se había disfrazado de Niké, de Victoria alada, siguiendo la idea de algún amigo. A las 4, se habría retirado a su costumbre del jolgorio para, tras una breve caminata por la avenida, subir hasta la cumbre del monumento en la glorieta R, y satisfacer desde las barandillas a su gusto maniaco por las alturas. La brizna soplaba, y de repente el viento en ráfagas. Nada de particularmente anormal excepto por el disfraz.
Mas esa mañana cuando Mora llegó minutos después al cruce y la divisó, supo de inmediato que había un problema. A los metros de distancia que la separaban del suelo, no se distinguía su rostro, y sin embargo estaba seguro de que lloraba.
Luego, y antes de que él mismo tuviera tiempo de desesperarse, le sorprendió el verla ataviada aún más estrafalariamente de lo que solía. Con un modo de túnica, los brazos al descubierto mientras de las espaldas le colgaba algo: unas especies de alas rígidas en papel maché o cartón. “Un ángel ridículo”, concluyó. El ángel, ridículo o no, se puso a caballo sobre la barandilla con tan mala suerte que la túnica se le atoró en algún saliente del hierro, la vio entonces:
jalar y rasgar la tela;
las alas detrás se agitaban tiesas con el viento que le aplastaba contra el busto los restos de ropa;
aún a caballo con un seno al aire y las alas necias que no se caían probablemente porque estaban sujetas con cuerdas al tronco.

Cayo con un estruendo que nadie imaginó fuera posible provocar a partir de la masa exigua de un cuerpo femenino. Una extremidad aquí, la cabeza allá, el busto en cuatro partes. Pues: “las alas, claro, no le sirvieron de nada”, bromearía un hebdomadario al anunciar la caída de la escultura sobre el monumento a la Independencia “a resueltas del temblor” en un día de un mes del año 1957.

Mora, en cambio, se sentiría durante mucho tiempo culpable, no únicamente por no haberla defendido, sino porque al momento del accidente y sin el temor que lo obligó a correr y ponerse a salvo del bronce de la escultura, casi se ríe.
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