“Manases o la esquizofrenia”: trauma contemporáneo del hombre fuera de centro
La obra se abre con un baile en solo del autor en crisis de indecisión existencial
y como tal tiene acentos de plegaria: el “sálveme” bíblico ¿dirigido a?
El autor empieza
dirigiéndose a Dios para terminar en un sanatorio apostrofándose con la Esquizofrenia,
alegoría de la indecisión mórbida y reactualización de la Prostituta de
Babilonia. Para entonces el protagonista ha cambiado de nombre y el “Manases”
que ahora ostenta, marca la ausencia del nombre propio en un trasfondo de aniquilamiento
de la personalidad.
La clave de este cambio
encuentra su explicación en la parte media de la obra y se resume a la palabra:
Trauma. Aquí un trauma en imágenes y movimiento, el de hombres indistintos
vestidos de rojo o soldados pardos en la noche con máscaras totémicas en donde
el campo al que cada uno sirve poco importa, porque amigos o enemigos son todos
unas bestias y esto es imperativo olvidarlo.
“perdonar
sí, olvidar nunca”
Decían los partidarios
franceses de “por Cristo y el Rey”, reivindicándose de la identidad de esa
rebelión a pesar de su fracaso y sometimiento de facto al gobierno republicano.
Pero la guerra en el
siglo XIX conservaba matices de
humanidad que los siglos posteriores han aniquilado, dando sistemáticamente
lugar al “hombre cosa”, al “hombre bestia de guerra”, “bestia de yunta”, muy al
margen de los intereses que mueven el mundo: al hombre fuera de centro.
El síndrome post
traumático sería la experiencia inaugural del siglo XX. El síndrome del soldado a
la merced de los caprichos de la destrucción física o de la muerte económica
del desempleo generalizado, o presa del horror de los campos de prisioneros de
guerra en Vietnam o Corea. El síndrome por excelencia del hombre al que se le niega la humanidad
y que cuando sobrevive lo hace en su ser animal, exclusivamente en lo físico
como cuerpo desposeído y con un solo anhelo: el olvido de los ejemplos de bestialidad, propios o ajenos, y que por una
ironía de la suerte fueron los que coadyuvaron a su conservación.
El baile en solitario
que inicia esta narración, podría perfectamente clausurarla prestándole al
conjunto de la obra el tono de reconciliación del solo-plegaria inicial. Pero el
autor opta, y se entiende, por el fin dramático del triunfo de la locura. Quedándole
al espectador una sucesión de flash-backs visuales inmersos en música romántica
o barroca, y el firme deseo de escapar de la deshumanización contemporánea, del
abuso en cualquiera de sus facetas: físico, laboral, ideológico, económico, emocional.
Coreógrafo y bailarín
del solo: Diego Vázquez
Manases: Jairo Cruz González
Esquizofrenia: Sarah Matry-Guerre
Arreglo musical: Andrés Solís
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