viernes, junio 29, 2007

Junio y otra vez de compras

Es un ritual pesado con una indispensabilidad bastante menos evidente que la visita al médico; y sobra decir que a los consultorios de galenos, templos de saludes por paliar, sólo voy cuando muy obligada. Cuestión de aptitud y de fondos.
Y no porque sea pobre, pero hay tantos gastos por cubrir que sin quedarse en la calle se ronda de continuo en los límites de la pobreza relativa, de la elección a fuerzas entre dos opciones que se excluyen, vaya chapoteando de lleno en los principios mismos de la economía mezquina, de: ¿una ida al restaurante o a clase de danza?
A veces se confeccionan arreglos: se va al restaurante y también a la clase, pero en la mesa sólo se consume agua, en cambio jarras de ésta qué sudar enseguida en el estudio. Como se ve, existen razones de optimismo: bailar e ir al restaurante es posible aun a los presupuestos restringidos.

Ir de compras en tiempos de liquidacion obedece por su parte a una idea diferente: la de “ganga” y la oportunidad de adquirir un artículo que de todas formas se iba comprar pero a un precio menor, rebajado según jura la etiqueta.
Con el riesgo, claro, de caer en la compra compulsiva. Esos arrebatos adquisitivos que llevan a la clientela a cargarse de cosas, como si recién bajara de la Luna y fuera la primerísima ocasión que las ve porque su precio a menos 10%, 15% o 30% les presta, en definitiva, un aspecto nuevo. Una manía a la que tengo horror, acaso por haber ya dado con anterioridad en su trampa.
Armé pues la lista de los artículos a adquirir, de los estrictamente necesarios se entiende, segun manda una de las medidas profilacticas de base para conservarle su salud a cualquier cartera, y que resultó en:
10 pares de calcetines
2 blusas si precio =< (igual o menor a)…
1 par de zapatos de preferencia rojos pero a menos de…
ropa interior, marca tal, a comprar el número que alcance con…
1 pantalón de precio no mayor…
A medio camino entre el condicional, lo lógico y la lista normal de mandado.

jueves, junio 21, 2007

Variación futurista

En una noche de junio del 2048. Doce, a lo sumo quince individuos pretendían lanzar un periódico virtual en secreto. Utilizaban viejos modelos de ordenadores y fueron perseguidos de inmediato por los servicios de la Corrección Política, carecían en efecto del permiso de publicación.
Desde 2030, se requiere de uno para subir a un sitio internet un texto mayor a 500 caracteres. El delito figura en el código penal, pero nunca se pensó hubiera todavía ociosos que gastaran su tiempo en escribirlos, como por lo demás son casi inexistentes aquellos que los leen.

A Marta le detuvieron en el sótano de su casa. La luz con origen en la diurna y que se filtraba por un respiradero se había acabado. Escribía veloz en el teclado, alcanzó a publicar algo que los detectores de señal marcaron. Luego la detuvieron, la computadora contaba con un sistema de protección que en un corto circuito voló el sistema, provocando ese fuego de artificio que iluminó su captura. Los hombres irrumpían vestidos de noche, visibles sólo por sus lentes con infrarrojos y el inexpresivo rostro abajo. Se la llevaron tras ponerle una capucha antes de sacarla a la calle, a la iluminación pública indiscreta: procedían siempre así multiplicando las condiciones de obscuridad.
Parnaso, en otro sótano, recibió la alarma previa a la destrucción del ordenador de Marta, los demás miembros convenientemente dispersos en la ciudad, la recibirían también. Pero el siguiente sería él, por su situación geográfica en el mismo cuadrante que la señal descubierta. Subió dos textos: tres mil caracteres en total, el equivalente a tres años de segura condenación a mazmorra. El dedo apretaba enter, cuando la puerta dio contra el piso, levantando polvo en una corretiza amordazada de alimañas. El sudor le brotó en gotas sobre la frente a Parnaso: la computadora no se colapsaba, los hombres verían la pantalla, el contenido con la ubicación y demás direcciones. Entonces interpuso su cuerpo haciéndole escudo, a empellones y golpes los agentes lo empujaron. Eran quizá cuatro, invisibles en las tinieblas de la cava de donde surgían los puñetazos sin transición a lo blando de su carne, el estomago. Ya hecho a un lado contra el muro, vio cómo la llamarada del ordenador que por fin explotaba le prendía, a uno de esos seres de sombra, la mano con guante. La silueta del hombre se iluminó. Parnaso salió plegado, a gatas y sin aire del cubículo, por el pasillo y hasta la escalera, mientras la antorcha humana detrás llenaba el subterráneo de su edificio del olor inconfundible a asado.
De los quince individuos del proyecto de periódico virtual arrestaron a siete y tres nunca se conectaron. Esa ausencia planteó en la mente de quienes efectivamente escaparon la hipótesis de traición, mas se le desechó enseguida: había sido una feliz intuición previsora, concluyeron, porque la publicación debía a toda costa seguir adelante.

Publicaciones de más de 500 caracteres se encuentran numerosas en linea, pero la gente desconfía: todos los sitios tienen contadores de duración, de páginas consultadas y el rastreo de la computadora del visitante resulta para los controladores un juego de niños.
Los textos largos como los de la publicación delincuente, constituyen un acto de rebelión al implicar en el lector una capacidad de concentración superior a la permitida: pues el individuo capaz de fijar su atención durante cinco minutos en pos del sentido de un párrafo, es un peligro en potencia.
Y el régimen fraternal y exitoso del Big Brother ya no estaba para tolerar ese tipo de delitos. Y menos en esos momentos de civismo, mientras las pantallas con sus bocinas zumbantes promovían hasta el cansancio la figura del ciudadano modelo:
El hombre o mujer, sentados sonrientes en una habitación amplia frente a un televisor, con refrescos en lata o casco a la mano y el vistoso paquete enfocado de un producto para comer, que variaba según el lugar del anuncio y el pago de uno u otro patronizador.
Una imagen idealizada, en suma, del couch potato y cuyas réplicas reales se encontraban sin maquillaje en los interiores de las casas:
En la multitud multiplicada por billones de adeptos a la soda, televisor y comida preparada, y que tras años de este régimen alimenticio y de vida, habían adquirido el grosor garantizado por el aporte calorífico de las dietas del Fastfood. A saber, couch potatoes tal cuales, sin sonrisa ni pose, desparramando el acordeón de sus pliegues adiposos en el hueco de sillones, los ojos tragados por el abotagamiento general de la cara, en hogares más bien sombríos y de escasas dimensiones, con techos tan bajos que en el reverbere irregular y constante de las pantallas parecían amenazar a cada instante con el desplome del mundo.

El proyecto de la publicación en línea de textos largos, tramado por aquella docena de individuos constituía sin exageraciones, el principio de un amago para el régimen: marcaba los límites de su control. El sitio internet donde se les alojaba era a la vez asequible al cibernauta y de ubicación incierta o cambiante. A los visitantes virtuales ya no se les podría identificar por los medios clásicos de espionaje.
Y era motivo serio de inquietud, esa gente clandestina leyendo más de 500 caracteres de tajo, con la posibilidad siempre abierta de un arranque proselitista que resultara en el esfuerzo deliberado de concentración mental por más lectores, cuando cualquier esfuerzo por parte de los pasivos ciudadanos-modelo planteaba de por sí el cuadro de una catástrofe política para el fraternal y exitoso régimen en pie. Leer, se repite, representaba un peligro para un gobierno que vivía del asentimiento implícito, de la inmovilidad de facto y en sillones de sus ciudadanos.
Qué pasaría, por ejemplo, si de pronto los habitantes de Arrico o Rico -para el caso no hay diferencia- empezaran a preguntar tras los comentarios escuetos que puntean las cascadas de las imágenes multimedia, un simple: ¿Y?

Un ¿Y? de: no creo o cuénteme más.
Un: ¿Y, después? Y no creo. Y por qué, dé cifras, justifíquelas, convénzame.

domingo, junio 17, 2007

Saturación

Hay una expresión que se saca a cuento en los momentos de tiempo empantanado, cuando el observador ha gastado su capacidad de atención o respuesta a los acontecimientos externos; y aquello que lo encendía de indignación le provoca entonces y con suerte un discretísimo encogimiento de hombros porque está harto.
Es el hartazgo un estado anímico que en su forma coloquial toma con frecuencia el lingüístico giro alado de:
- Vete a volar.
Ayer precisamente en plena calle espetaba yo esa frase en imperativo. Y una paloma, u obediente o tomándoselo a pecho, dio dos saltos y remó con sus alas. Pero quizá fue la prisa, lo cierto es que recayó pesada a unos pasos, las patas escamosas se plegaron.
“A volar” repetí, y el pajarraco corrió de nuevo visualizando con sus ojos rojos los planos sobrepuestos de aire, en tres brincos ya planeaba a pesar del grosor de su cuerpo –una esfera-, cuando se le atravesó un bulto que el volátil intentó esquivar con un viraje tan ágil como el que puede efectuar un lento plumifero de ciudad. Por fortuna, el bulto en cuestión también tenía ojos, era una persona, y para mayores datos de sexo femenino. La mujer que veía al pájaro volar en su dirección se agachó, al tiempo que el ave trazaba una curva forzada en el aire. La colisión fue ligera y pasada la sorpresa del encontronazo, no hubo qué lamentar fuera del “vete a volar” descalabrado.

sábado, junio 09, 2007

La entrevista

Me desperté como en el fondo de un tambo, de sobresalto. Un libro nuevo con su pasta lisa se me echó a la cara, el par de ojos de una fotografía reproducida sobre la portada, y encima las cejas, unos bichos que se retorcían sobre la cartulina. El corazón me golpeó redoblado entre las demás vísceras que eran papel mojado en tinta China.

Marcos se levantó -estaba solo fue empero sigiloso, por costumbre, por respeto al sueño de su esposa ausente- a buscar el libro amenazador que lo había enganchado hasta expulsarlo sudoroso y en espanto del sopor y no lo halló, no como en la visión onírica: el par de ojos salvajes con sus cejas pobladas. Encontró las primeras pruebas del otro libro, el suyo, sin cubierta porque la editorial se encargaría del diseño y fotografías sin su intervención.

En una mesa de café en la luz blanca de marzo, una mujer le preguntaba, tramposa sin confesar que se trataba de una entrevista. Traía gafas obscuras para ocultar el cansancio:
- ¿Cada cuándo escribes?
La pregunta la delató, Marcos entendió hablaba con una reportera, así que se rió e hizo de inmediato notar. Aequis se rió también con él y entonces se pusieron de acuerdo, armarían para ese interviú el primer esbozo del personaje escritor Marcos Eymar, ganador del premio Tiflos 2007, diferente como se debía del Marcos Eymar, individuo particular que en ese instante tomaba el sol y sorbía su café, al tiempo que los sobre volaban gaviotas perdidas.

- Si fuera sincero confesaría que me levanto diario a las seis y escribo por lo menos durante tres horas. Pero como a mi personaje no le deseo la pose del literato de profesión, diré que escribo cuando puedo, cuando me dejan mis obligaciones. Es curioso que escribir no se considere una “obligación”, aunque en el fondo es la más tiránica de todas.
- Obligación tiránica, te refieres a la vocación, la tuya nació…
- Con el primer texto literario que escribí. Se llamaba “La medianoche de Jamón de York”, yo tenía ocho años y trataba de una compañera de clase alérgica a esta carne fría y quien con tal de no cubrirse de ronchas armó una auténtica revolución en la escuela afin de excluirlo del menú. Leí el texto en clase y mis compañeros se rieron mucho. Ahí cobré conciencia del poder de la literatura. Luego, claro las cosas fueron evolucionando. Un libro importante fue "Los cuentos únicos", una antología a cargo de Javier Marías donde se recogían los únicos buenos relatos de autores mediocres. Lo leí a los 11 años. A los quince obtuve mi primer premio, y luego nada. Nada durante tres años excepto el efecto paralizador de tomarse de pronto en serio, y que reditúa con frecuencia a los galardonados: tres años de síndrome del premio.
Una inquietud evidentemente del pasado, ese síndrome, algo que no le volvería a pasar y ante cuya evidencia la pregunta de: - ¿Volverá a afectarte? Resultaba ociosa. A Aequis, Marcos le respondió sonriendo: - No.
Pasaron enseguida a la cuestión de las influencias:
- Las más profundas son probablemente inconscientes. En literatura ocurre como con el parentesco: a veces creemos que nos parecemos al tío y luego una foto olvidada nos revela fulminantemente que somos idénticos al tatarabuelo. Es pura vanidad creer que estamos influidos por los autores que admiramos. Puestos a prestarse a ese ejercicio pretencioso, yo, como cuentista, me siento cerca de la tradición hispanoamericana: Quiroga, Cortázar, Onetti, Borges… Aunque hay ancestros ineludibles, como Chéjov, Hofmann o Maupassant...

A la noche siguiente, ya en la cama, los ojos sobre la cubierta continuaron con ansias a buscarlo. El los buscó también, estaba seguro de haberlos visto antes, tenían algo de extrañamente familiar, pero, ¡qué cejas de hombre viejo! No, no era eso, ni tampoco los de tío en la desidia de la suciedad; no, era la expresión. Una como sombra a la Rembrandt en donde todo el trabajo recae sobre el espectador: la adivinanza del contenido, el portento de la mancha, la obscuridad extendida sobre porciones enteras de lienzo que parece inocente hasta que uno se fija y entre el pigmento ocre-negro halla una pincelada clara con la evidencia alucinante de una joya o filo de arma.

Un grupo de parroquianos llegó a sentarse en las mesas contiguas, Marcos los percibió con retraso, cuando ya pedían sus órdenes, la mirada los oteó de paso y lejos mientras hilaba:
- Se han propuesto muchas definiciones del cuento y de la novela. Yo los compararía a un duelo a muerte y a una batalla. En el primero, no hay margen de error: o se mata, o se es matado. Sólo se dispone de una bala que cuenta dos historias: la de los dos rivales. En la segunda, en cambio, hay muchas víctimas, pero también supervivientes. Lo que cuenta es la victoria final. La metralleta utiliza centenares de proyectiles y de historias: unos traspasan el corazón de los enemigos, otros sólo hieren, otros se pierden en el vacío.

Que se perdieran también los ojos en el vacío. No. Esa noche volví a despertar con taquicardia ya que las pupilas bidimensionales del sueño, esta vez sí me habían encontrado.

Medio día en la plaza de la ciudad de provincia, sobre la mesa del café en la calle, Aequis escribía mis respuestas, pero quizá no era ella sino un personaje, uno del mismo calibre que aquel en creación, el mío de Marcos Eymar escritor. El personaje Eymar pronto disponible en los quioscos y librerías, en las solapas de los libros, en la red o los diversos artículos de revistas y periódicos. El personaje público que permitiría el libre movimiento al personaje privado que tenía una esposa, alumnos y esa pesadilla grotesca y reiterativa de cavidades oculares sobre la cubierta de un libro que había logrado reconocer la noche la anterior, sólo para olvidar esa identidad desesperante al amanecer. Por lo pronto, moronas de pan, chocolate en su envoltura, y tazas con vaho.

- Una vez que se publica se crean expectativas, se espera entonces del escritor que continué con el mismo estilo e inquietudes, que ya no sorprenda o únicamente en la vena a la que se le ha asignado. Los autores suelen rebelarse contra ello, o por lo menos fingir que se rebelan. Y aunque es cierto que puede ser peligroso, también puede ayudar a encontrar una coherencia estética, a ir hasta el final de las posibilidades de un determinado modelo narrativo. Un creador de personajes tiene que aceptar convertirse en uno.

Y los ojos, ¿de quién eran? ¿De un amigo, pariente o personaje? Quién fuera se trataba de un varón. Alguien con una mirada cuya agresividad no residía en un acto intencional. Un ser -y los personajes también lo son- cuya agresión tampoco le venía de un sentimiento que exhultara y que resentida por el entorno, se lo devolviera tal cual en pago exacto con la misma moneda. El problema era otro: hay cosas, momentos y personas que no deben de existir, porque su presencia es el problema. Y Marcos sospechaba que las cuencas oculares de su pesadilla recurrente eran objetos de este tipo, objetos por definir y para los que buscaba todavía un nombre, uno que le era cada vez más urgente hallar.

A la clientela los rayos solares les habían rescaldado la frente y mejillas, el grupo vecino tras consumir, se iba en un chirrido súbito de sillas. El desarrollaba por entonces el tema de las obras perdidas. Las centenas de papiros e incunables que no pasaron los siglos, y de las que se conoce con suerte un título:
- No hay obras perdidas, sino obras por escribir. La “Medea” de Ovidio o la “Comedia” de Aristóteles se han convertido en proyectos literarios. Quizás merecieran desaparecer. Antes, cuando se copiaban a mano los papiros o pergaminos, la longevidad de una obra estaba determinada por su valor. En el fondo, los lectores decidían de su supervivencia: cada nuevo ejemplar copiado añadía nuevas posibilidades de alcanzar la posteridad y uno no iba a invertir tiempo y dinero en copiar un bodrio. El ecosistema literario, como los otros ecosistemas, estaba entonces menos contaminado.
- Y ¿cuáles son los planes de desarrollo para el futuro?
- Las historias son presentes futuros que se suelen escribir en pasado. Curioso. Tengo muchas ideas esperando ser escritas. ¿A qué tiempo pertenecen? No lo sé. Lo que sí puedo decirte es que cada una ha de tener su voz, una gama definida de sonido que le permita existir en el caos del mundo y que habrá que perseguir con paciencia entre el ruido que nos rodea. Ésa es la bola de cristal de un escritor.
Aequis -paranoica de ideas- lo miró con envidia, mientras él se tragaba la mención de sus temores nocturnos. La entrevista es un género diurno, y ahí nada tenía qué hacer el contenido de su pesadilla. Marcos Eymar era y sería un personaje que perseguía. Nunca el perseguido y menos por una mirada ridícula que salvo por las cuencas en antifaz colgaba del vacío. Esa era una idea entre muchas que él desarrollaría cuando así lo decidiera en un cuento o novela, y entretiempos las cosas -ojos de miedo o no- podrían rondarlo e importunarlo a placer. Estaba dicho que no les prestaría su pluma hasta que estuviera listo; y mientras tanto que la cosa careciera de voz, la tomara prestada o chillara como la expresión en los ojos del hombre que lo encontró y le habló ayer, que pronunció su nombre y él olvidó.

La entrevista terminada, se habían levantado, las tazas lucían sus pocillas, un ave ensució a pocos metros la acera. Aequis se fue con sus notas sobre una servilleta apretada en un puño, los indicios con qué armar al personaje público del escritor. A Marcos no le dio tiempo de pensar en el albur, en lo que saldría a partir de aquellos apuntes escuetos, pero le tranquilizó la venia que se reservaba. Y en la noche esperó de nuevo al ser bidimensional del libro.

Los ojos escupían tinieblas, eran en principio, y al igual que la primera noche, una imagen fotográfica. Unas pupilas hundidas en las cuencas bajo el bosque abrupto e incivil de las cejas con la expresión que había encontrado su voz y dijo y diría, Marcos, su nombre.
Bien, pero, ¿cuál? ¿El escritor, el particular u otro?

"Objetos Encontrados"

sábado, junio 02, 2007

Mi amiga

Llegó a las 18,35 horas, tarde claro, y a Marcelo lo sorprendió al desembocar en la plaza por un rumbo diferente. En aquel momento cansado de adicionar minutos, se entretenía en escribir mensajes, formulaciones típicas del tipo “no podré ir”, “reunión en la oficina” o “trabajo imprevisto” de vaga utilización futura. En medio de un corro, entre la muchedumbre abigarrada, unos músicos tocaban, el acordeón disimulaba cualquier rumor; no la sintio llegar, se enteró de su presencia a las primeras gotas que le anunciaron:
- Aquí estoy.

Esperaba a la lluvia, que venía a diario desde hacia un mes y era su compañera habitual de paseo. A las 19 horas la veía escurrir cargando con el smog ambiente, sucia. Poco después el aire, purificado en parte, le abría paso a su agua casi límpida que resbalaba tenaz marcando con repuntes intempestivos el cambio de su buen a mal humor.

Marcelo también se enojaba. Fue, por ejemplo, un verdadero energúmeno en la ocasión del vago: un fermento de mugre humana, trabado en un nudo de extremidades sobre un respiradero de metro en una esquina.
Y sin embargo la había visto caer, a su amiga, sobre tanta miseria, lavando a su posible el asco, que en aquel instante no supo el porqué del sentimiento que lo ahorcó de ira. El hombre carecía de edad o bien contaba con la indefinida de quienes se han puesto fuera del tiempo y obedecen a un solo conteo: la satisfacción apremiante de las necesidades primarias y de una adicción pristina. El de aquella escoria era el alcohol. Y, ¿habrá sido acaso su indiferencia la que lo molestó? no, de ninguna manera, sino la placidez sensual con que se dejo mojar, muy inmóvil bajo el chubasco en el sitio mismo donde había armado su nido con cartones de pordiosero. En lugar de correr a resguardarse como gato calado y hombre normal, el menesteroso parecía agradecer, al contrario, ese baño que le empapaba sus pestes de trapos donde hormigueaban molestos los piojos, ellos sí alérgicos al agua.
- Hombre, le va a dar un reumatismo, le dijo alto para que lo escuchara.
El otro le sonrió sin verlo desde los efluvios etílicos donde yacía al fondo de un pozo. Guiñaba los ojos, un capullo de arrugas delineadas con la tinta de muchas suciedades. El cabello eran costras. Podría llover largo y tendido, y su amiga agotarse bajo un cielo que se cayera solidario a cantaros, antes de lograr cargar con una sola capa de la mugre del sujeto. El agua únicamente le sacaría lustre, prestándole una apariencia vidriada de mendigo-figura en porcelana. Algo que estaba convencido el indigente ni merecía ni necesitaba.

Quince minutos después parlamentaba con su amiga la lluvia:
- Vámonos de aquí.
Y él que detestaba lo rural llegó a presentarle el filantrópico requerimiento de irse juntos a regar el campo, el Sahara, cualquier superficie sedienta con tal de que estuviera lejos.
Inútilmente, su amiga necia, preñada de nubes, no menguaba e insistía, se descargaría por completo sobre su cabeza y cuerpo a su costumbre, sobre la ciudad en ablucion y la cabeza allí vecina del paupérrimo indeseable.
En su desesperación llegó a proponerle matrimonio, entonces la lluvia cesó. Entre los chorros desiguales de las goteras y el silencio tras el ruido del chubasco. Mientras se sacudía los mechones mojados de la frente, había vuelto a mirar al vago de la acera y estaba por decirle con la malicia de los pretendientes triunfadores:
- Nos vamos, pague un regaderazo si puede.
Cuando percibió el hombre le sonreía con las mandíbulas flojas. Ese abusivo (y estuvo a punto de soltarle una patada) además de frotarse sus costras con la lluvia, había abierto la boca para beberla, y diluir en esa única ocasión los alcoholes añejos de sus venas con agua. Un refresco al que en verdad estaba tan poco habituado (el miserable debía con certeza tener sus paraderos ordinarios en un rincón seco) que se atragantó y asfixió. Y al presente era esa flor de hilachos de la que saltaban las liendres como de un naufragio sobre la acera deslavada.
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