viernes, febrero 22, 2008

Vergüenzas

Me lo volvió a hacer, otra vez, Roberto Bolaño: la búsqueda de un público a través de la portada. La primera fue con “La putas asesinas” y la imagen enganchadora de unas caderas femeninas en pantalones de cuero. Mas nada como en esta segunda ocasión con su “Amberes”. En donde acaso porque un nombre de ciudad resultaba bastante neutro, lo complementó con el recurso mercadotécnico, trillado pero seguro, del apoyo gráfico. Y si en las “Putas” el morbo estaba en el título, en este otro fue en la foto, una representación muy artística y visible de ramera, hetaira o meretriz, en blanco y negro.

Y sin embargo el contenido es literatura; con un problemilla, no obstante, para sus pobres lectores:
¿Con qué cara creen se le mira, en la v
ía pública, a esta su fiel lectora así enfrascada en un aparente ejemplar de dudosa literatura erótica?
Y,
cómo explicarle al pasante que aunque la portada mande otro mensaje: se equivoca; y que se trata, al contrario, de una obra de un autor en serio.


lunes, febrero 11, 2008

Español, lengua extranjera

Seguro, me vieron cara de examen. Hacia meses no les daba clases, y después de no verlos durante todo ese tiempo, llegaba a ponerles un examen. Me esperaban sentados –los alumnos son todos adultos, algunos con el cabello blanco. Empecé por fingir que la cosa era habitual y que las pruebas -el realizarlas ellos y dárselas yo-, no tenían nada para espantar aun cuando hubieran pasado 10, 20 o –digamos- 40 años desde que contestaron su último examen.

Tendrían una hora. Les expliqué en detalle las instrucciones -disfrutando casi el silencio de miedo-, enseguida me senté y saqué mi libro. Lo llevaba ex professo afín de parapetarme detrás, dizque leyendo, mientras aquéllos sudaban la gota gorda. Pero aquí me traicionó mi inexperiencia. En efecto, el volumen en cuestión era ridículamente pequeño: una editorial de bolsillo muy manuable y ligero que era una comodidad, mas que para el propósito de ocultar el rostro, de esconderme detrás, no servía. Porque con las mejores intenciones –solapas y hojas bien estiradas- abarcaba a lo sumo 7cm de altura por 12 de ancho, y tampoco lo iba a leer a la vertical. Así que lo guardé y no me quedo sino dar la cara y ver cómo las cabezas encanecidas sudaban la gota gorda de los nervios de reprobar.

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