sábado, julio 28, 2007

Rola

A la vuelta de una esquina tras un alto se besaron. Alonso manejaba sorteando los baches por el camino repleto del agua que deslavaba la tierra. De la gasolinera, en los bordes, y sus primeras casas a la de Angélica había cinco semáforos.
Parados con el vehículo en la calle vacía, se abrazaban haciendo bizcos al son de la música para reventar tímpanos de:
Los siguieron en un auto,
Los hombres con cuernos de chivo.
Para arrancar en desorden y frenar adrede frente al próximo alto con un rechinido de llantas sobre el asfalto en una calle que había dejado de estar sola. Pues a la distancia siempre pareja de una cuadra los escoltó a partir de entonces un automóvil, los faros apagados. Y en ambos vehículos la misma rola:
El rojo mudó a verde,
El motor a marcha y neutro,
Y en el interior el suspenso
La espera atenta
A los labios del otro.

Hasta un verde que mudó de súbito a rojo.
Con dos bocas deformes,
Que tras la ráfaga de casquillos,
Sólo besaron la cloaca y el polvo.

sábado, julio 21, 2007

¿Para qué?

Para llegar al vehículo en el subterráneo se toma el ascensor. Ya no hay escaleras. Las eléctricas son un viejo recuerdo, existen a manera de curiosidad en ciertos inmuebles de tiendas prestigiosas en el centro. Su armatoste metálico sorprende, los extremos en dientes de cada escalón son un peligro. La arquitectura en 2048 ha optado por los materiales sintéticos, flexibles.

Del apartamento a la oficina se da un número fijo de pasos. Los mismos que de regreso. Insidiosamente, el cuerpo ha tomado la forma de una silla. Con un énfasis en el lomo y muslos que se abultaron; mientras las piernas a partir de las rodillas son apéndices delgados como patas, de músculos enclenques; y la cabeza cae avergonzada sin saber qué hacer de su masa, excluida por completo del diseño ergonómico de un respaldar y asiento.
La gente en los corredores se saluda sin verse, afín de ahorrarse el esfuerzo de girar el cuello. El punto de equilibrio está en los hombros que se adelantan, al tiempo que la cadera de nalgas planchadas conforma el ángulo rezagado del cuerpo.

Por salud pública, para remediar a un estilo de vida que metamorfosea con la edad a sus adeptos, se publicitan con regularidad campañas de “iniciación al deporte”. Con resultados positivos sólo en lo económico: la compra del material para realizarlo o el pago de inscripciones a clubes, fruto del primer impulso. Patadas de ahogado, porque se vive y duerme sentado. Moverse cuesta. Bailarines y deportistas, lo son de carrera. La gente al mirarlos ha terminado por creer que se trata de una especie a parte. Los músculos visibles se les hacen una monstruosidad, y un individuo normal nunca saldría con un deportista.

Conforme pasa el tiempo, el estatismo se acentúa. Los niños, por ejemplo, irrumpen aún en corretizas o saltos insoportables que de prolongarse después de la pubertad se busca remediar con ayuda clínica. Pero, por lo general, el cuerpo se tranquiliza solo, a los 15 se cansa convenientemente pronto, y a los 20 ya evita cualquier movimiento inútil.

Los hombres silla tienen la inmortalidad de un mueble, y se mueren como se extingue un árbol del que se saca madera, por la interrupción de todo crecimiento. Sucede a edades variables a partir de los cuarenta, de la manera que sigue y con una pregunta:
- ¿Para qué levantarse?
Y el individuo abrirá acaso los ojos, mirara con esfuerzo, y agotado se quedara sentado en una inmovilidad que contiene la respuesta.

jueves, julio 19, 2007

Impromptu

Hace poco me caí del caballo. No es la primera vez. Caí y al segundo ya estaba de pie.
El guía se acercó a preguntar cómo estaba. Respondí que, salvo por la vergüenza, bien.

martes, julio 17, 2007

Descontento organizado

Empujó la puerta y se plantó en medio, los brazos en jarra. Pablo Nascoste, revolucionario moderno, estudiante ad eternum en ciencias políticas, un fósil, vaya. Había interrumpido la clase tras solicitar la autorización del profesor, ante la aprobación simpatizante del alumnado, y venía a concientizar a los compañeros, transmitiéndoles las conclusiones de su último año universitario que aunque acaecido más bien lejos de las aulas, había sido notable por su activismo político. Traía todo lo necesario: un pliegue con peticiones para agregar la firma que no dudaba recolectar entre los presentes; y una alcancía para la cooperación pecuniaria al movimiento.

Hasta su incursión en la APP, Pablo había evitado plantearse cualquier pregunta sobre su futuro, arrastrando los días uno a uno, con una inercia que le pesaba y a la que no veía fin ni descanso fuera de la farra del viernes complementada con una que otra aventura agridulce de faldas. Un alelamiento voluntario de la conciencia, acaso por no confesarse que en cuanto a porvenir se refería para un estudiante mediocre como él y de una facultad de por sí devaluada, no habría nunca un empleo.

Fue por entonces cuando se topó con unos compañeros que partían en tres días, en autobuses rentados ex professo, con alojamiento y comida garantizada y aun una especie de salario, afín de organizar la protesta en Tataca, en beneficio de las comunidades locales y en contra, claro, del gobierno. Su trabajo –se le aseguró- sería de proselitismo: la explicación convincente del movimiento a los desfavorecidos, con tantas razones y tangibles de descontento. En otras palabras, la labor importantísima de apóstol político. Mas muy pronto pudo verificar que su trabajo en los engranajes del movimiento sería aquel menos glorioso, aunque igual de necesario de hacer bola.

Se dio cuenta en el trayecto, a la subida misma del autobús, cuando un jefe de sección les impartió el discurso inaugural que recibirían como única formación:
- Hijos de …, el gobernador…, no, nos vamos a dejar…., por la defensa de la dignidad…, porque así …lo exige, hijos de …y una multitud de puntos suspensivos que rellenar con la jerigonza que a cada lector le proponga su conocimiento personal de la lengua.

Lo bueno es que Pablo Nascoste no era ningún idealista, al contrario de un par de chicos en los asientos de alado y a quienes desilusionó lo poco elevado de ese proemio. Pero, ¿qué eran dos voluntarios en un movimiento donde parecían haberse dado cita todos los descontentos organizados del país? Nada, unos eludibles granos de arena, porque el autobús estaba atiborrado de prosélitos y le seguía un convoy de 20 o 30 a la zaga, también a reventar del puro entusiasmo.

El entusiasmo, sin embargo, no fue expansivo. La ciudad, punto de confluencia de los movimientos de protesta, recibió a los miembros de la APP, con franco espanto. Sus habitantes vivían del turismo y las malditas asociaciones insistían como adrede en quererlos arruinar con actos que los periódicos no calificaron de vandalismo, pero que habría sido difícil llamar con otro nombre.
Pues a los minutos de llegados y siguiendo el ejemplo de los grupos que los precedían, los miembros entusiastas de la Asociación Para el Pueblo, del que formaba parte Pablo Nascoste, se dieron a la alegre quema politica de autos y edificios. Mientras en los pequeños comercios, la gente tras ponerse a salvo, a veces en camisones y con los pocos bienes que les cabían en los brazos, los maldecían.
No parecía, en efecto, sino que trabajaban para las grandes empresas y no para el pueblo. Esas eran las únicas en poderse reponer de las pérdidas inmediatas, o bien de aguantar hasta el regreso de la clientela dentro de meses, cuando se hubiera olvidado la inseguridad que bajó como chahuistle de autobuses y que con el pretexto de llamar la atención sobre las injusticias, puso en la calle a un buen número de connacionales.
Ex capitalistas y ex propietarios quienes tras el cierre de sus negocios pasaron a engrosar las filas de los proletarios en Tataca, mientras el proletariado local de base se hambrearía a sus anchas al quedarse sin empleo fijo, ante la quiebra en cadena de los comercios, y sin el alivio de los temporales, por la desaparición hasta en el recuerdo, de las temporadas altas. Pero es un hecho que las protestas, gloriosas o no, tienen su precio.

viernes, julio 06, 2007

La mala broma de una cara

1967, Bolivia
El cuerpo sin manos yace sobre el lavadero entre muros de adobe -muros de adobe: el plus ultra del cliché tercermundista. Los locales hacen cola y desfilan para contemplar al revolucionario muerto, a quien hablando con la verdad le tenían en vida un santo pavor, por culpa de frases y razonamientos de la especie “terror planificado” que quizá llevaría a cabo el famoso Che a sus costillas.
Un grupo de mujeres visitantes lo contempla con sus cabezas bajo mantillas -todo en esta narración pertenece, en efecto, al dominio del cliché. Entonces una de ellas se persigna, y expresa en voz alta lo que sus compañeras no han sabido explicitar y que las mantuvo durante minutos inmóviles frente al cadáver:
- Parece Cristo.
Al escuchar esto, la asistencia varonil y femenina se persigna en un mismo movimiento de manos diestras con dedos en cruz. El mártir de la revolución comunista parece en definitiva no hallarse en su contexto: los presentes por la fuerza de la asociación mental que conlleva para ellos su melena larga y ondulada, la nariz recta y los rasgos armoniosos, pero sobre todo esas barbas que por ser azabaches no pueden ser las del Marx mofletudo y canoso, lo miran como una réplica en carne muerta y con formaldehídos de un Corpus Christi sin transustanciar.
Ante esa santidad recién descubierta, los presentes piensan automáticamente en hacerse de reliquias. Los soldados custodios se lo permiten con tal de que respeten el cuerpo, porque tienen órdenes y no vayan tampoco a desnudarle las partes vergonzosas.
La gente entra y sale, abriéndose paso entre el tropel.
- ¿Entonces? Pregunta Tita a su amiga que se desprende al instante
de la muchedumbre.
Marcela sonríe bella y le muestra bajo el rebozo una hilacha de prenda sangrienta.
- Mira, contesta la afortunada, para el mal de muelas.

lunes, julio 02, 2007

Quijotismo rentable

Hay tierras de revolución y otras de rebelión. El Nuevo Mundo nunca lo ha sido más que de rebeliones. La rebelión es una mera protesta, en cambio una revolución está en la obligación de formular proposiciones; y se equivoca quien piense que es un revolucionario si su labor se limita a las solas gritas, rompederas de vidrios u hocicos humanos, y demás civil parafernalia con que se suele acompañar las manifestaciones de descontento en contra del gobierno.

De hecho, la rebelión en Arrico está siempre a un pelo de estallar, merced a una serie de políticas económicas ineptas que han empobrecido a la mayoría, sin eufemismos ni vueltas de hoja. Al grado que en las conferencias internacionales y seminarios en el extranjero, Arrico -con la miríada de países hispanoparlantes que lo componen- está siempre en la boca de los especialistas como el claro ejemplo de las peores medidas posibles que los gobiernos son capaces de tomar.

Los habitantes de estas naciones con estadistas tan notoriamente inhábiles en cuestiones de ganapan o economia, se entiende tengan ganas de rugir y romperle la cara al político mal nacido que por su modorra, ingenuidad, ambición, avidez o simple ignorancia le ha partido a la mitad su poder adquisitivo en el tiempo record de diez o veinte años. Sin que mediara el cataclismo de una guerra ni las catástrofes de una peste o terremoto, vía la sencilla y austera aplicación de planes, ya de izquierda ya neoliberales.
Pues en este subcontinente, antigua tierra de Promisión, por un nuevo acaudalado hay cien “bajo el umbral de la pobreza”.

Y es aquí donde, como en una historieta de superhéroes y ante el clamor de tanta indigencia fresca, hace su aparición el quijotismo rentable de los auto proclamados defensores de los pobres y agraviados.
Estos señores o señoras, aprendices en grasa, carne y hueso de los superhéroes, no sólo afirman ser los portavoces de determinados sectores sociales sino también ser sus únicos portavoces.
Nadie salvo ellos, son capaces de expresar sus necesidades y demandas. Cuentan, en efecto, con la exclusividad, y a cambio de servir de lengua a quienes si tienen no la usan, piden en modesto salario la promoción de su carrera política.

Una forma novedosa de trepar los escalones del poder a través el encauzamiento del descontento social, de las rebeliones a un pelo de estallar, ahora sí domesticadas porque al servicio de la ambición personal de un quijote a honorarios que dice:
Les sirvo, me sirvo, y ¿de quién la mejor parte?
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