La mala broma de una cara
1967, Bolivia
El cuerpo sin manos yace sobre el lavadero entre muros de adobe -muros de adobe: el plus ultra del cliché tercermundista. Los locales hacen cola y desfilan para contemplar al revolucionario muerto, a quien hablando con la verdad le tenían en vida un santo pavor, por culpa de frases y razonamientos de la especie “terror planificado” que quizá llevaría a cabo el famoso Che a sus costillas.
Un grupo de mujeres visitantes lo contempla con sus cabezas bajo mantillas -todo en esta narración pertenece, en efecto, al dominio del cliché. Entonces una de ellas se persigna, y expresa en voz alta lo que sus compañeras no han sabido explicitar y que las mantuvo durante minutos inmóviles frente al cadáver:
- Parece Cristo.
Al escuchar esto, la asistencia varonil y femenina se persigna en un mismo movimiento de manos diestras con dedos en cruz. El mártir de la revolución comunista parece en definitiva no hallarse en su contexto: los presentes por la fuerza de la asociación mental que conlleva para ellos su melena larga y ondulada, la nariz recta y los rasgos armoniosos, pero sobre todo esas barbas que por ser azabaches no pueden ser las del Marx mofletudo y canoso, lo miran como una réplica en carne muerta y con formaldehídos de un Corpus Christi sin transustanciar.
Ante esa santidad recién descubierta, los presentes piensan automáticamente en hacerse de reliquias. Los soldados custodios se lo permiten con tal de que respeten el cuerpo, porque tienen órdenes y no vayan tampoco a desnudarle las partes vergonzosas.
La gente entra y sale, abriéndose paso entre el tropel.
- ¿Entonces? Pregunta Tita a su amiga que se desprende al instante
El cuerpo sin manos yace sobre el lavadero entre muros de adobe -muros de adobe: el plus ultra del cliché tercermundista. Los locales hacen cola y desfilan para contemplar al revolucionario muerto, a quien hablando con la verdad le tenían en vida un santo pavor, por culpa de frases y razonamientos de la especie “terror planificado” que quizá llevaría a cabo el famoso Che a sus costillas.
Un grupo de mujeres visitantes lo contempla con sus cabezas bajo mantillas -todo en esta narración pertenece, en efecto, al dominio del cliché. Entonces una de ellas se persigna, y expresa en voz alta lo que sus compañeras no han sabido explicitar y que las mantuvo durante minutos inmóviles frente al cadáver:
- Parece Cristo.
Al escuchar esto, la asistencia varonil y femenina se persigna en un mismo movimiento de manos diestras con dedos en cruz. El mártir de la revolución comunista parece en definitiva no hallarse en su contexto: los presentes por la fuerza de la asociación mental que conlleva para ellos su melena larga y ondulada, la nariz recta y los rasgos armoniosos, pero sobre todo esas barbas que por ser azabaches no pueden ser las del Marx mofletudo y canoso, lo miran como una réplica en carne muerta y con formaldehídos de un Corpus Christi sin transustanciar.
Ante esa santidad recién descubierta, los presentes piensan automáticamente en hacerse de reliquias. Los soldados custodios se lo permiten con tal de que respeten el cuerpo, porque tienen órdenes y no vayan tampoco a desnudarle las partes vergonzosas.
La gente entra y sale, abriéndose paso entre el tropel.
- ¿Entonces? Pregunta Tita a su amiga que se desprende al instante
de la muchedumbre.
Marcela sonríe bella y le muestra bajo el rebozo una hilacha de prenda sangrienta.
- Mira, contesta la afortunada, para el mal de muelas.
Marcela sonríe bella y le muestra bajo el rebozo una hilacha de prenda sangrienta.
- Mira, contesta la afortunada, para el mal de muelas.
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