País de noticia
Los periódicos ya no se daban abasto, las denominadas notas rojas, antes despreciadas, habían ido cobrando importancia hasta ascender en jerarquía y pasar de las secciones en las últimas páginas a las centrales y plana principal, aun en los hebdomadarios más respetables y menos dados al morbo.
Esta bonanza inesperada de noticias homicidas en territorio nacional había determinado el renacimiento del periodismo caxilense que levantaba la cabeza tras un siglo de aletargamiento y mero reciclaje de informaciones compradas a agencias internacionales. Todo indicaba un regreso a la edad de oro del periodismo directo, pues si algo tenían de positivo esas novedades dentro de las propias fronteras, era el volver asequibles su cobertura, y las direcciones no escatimaban en el envío de reporteros baratos a través los altos y bajos del país. Y se especulaba que muy pronto, se podrían establecer contratos para la exportación en masa de reportajes al extranjero, que ya se les vendían al menudeo. Caxilo era, en suma, un hervidero de actualidades: cada cuatro horas, se murmuraba, en un rincón insospechado, en la sombra o pleno día, se mataba a alguien.
A Artemio Soz, reportero, lo despachó el periódico “La Trifulca” a Cainan, donde un tiroteo había dejado escasos dos muertos. En otra época habría dudado en ir a causa del nombre con sonoridad a mal agüero, pero por los tiempos que corrían los delitos no se fijaban en nimiedades, dándose parejo en poblaciones con denominaciones del tipo Paso de las Ovejas o Remanso de Ángeles, que en los que echaban bocanadas de azufre al pronunciarlas, y pensaba en las localidades de Infiernillos o Averno, teatros también de homicidios.
El delito era banal, dos policías asesinados a tiros de grueso calibre, de la clase que se suponía prohibida y que sin embargo daba cada vez más la impresión se trataba de artículos comunes y corrientes de compra sino en la mercería de la esquina, casi.
A los cuerpos los llenaron del plomo de las balas o sus impactos según era la costumbre, rematándolos con lo que parecía la firma: el tiro de gracia.
El problema para Soz, profesional comprometido por su salario a hacer un trabajo para el que en lo personal no se sentía ningún talento, no era la carencia de testigos -nunca los había- sino que tampoco halló en Cainan a ningún representante de la ley local.
En efecto, los cuerpos político y policíaco de esta población, quizás impulsados por un sentimiento de solidaridad, habían renunciado en bloque. Se trataba del primer caso de deserción general de puestos públicos.
Entonces nuestro reporter, sin otros indicios que dos fallecidos con sus nombres en tal lugar, a tales horas y punto. Se sintió unas ganas inmensas de mandar al periódico él también su renuncia, con tal de no tener que inventar con el recurso exclusivo de su cacumen la reconstrucción de los hechos. Y esto porque era necesario rellenar una larga columna de la página central del diario, con el detalle y de preferencia la explicación de la susodicha refriega. Pero ya se ha dicho que no tenía talento. Así que visualizó con sobriedad sus dos recursos habituales de inspiración: el asco y el alcohol; y los puso de inmediato en marcha dirigiéndose, en principio, a la morgue.
Entró lívido, lo curioso es que su tío -en la redacción- había creído hacerle un favor ascendiéndolo a reportero de esa sección en pleno auge de homicidios. Sobre la plancha los cadáveres eran, como los de la mayoría, de panzones desbordantes y al presente unas coladeras de hoyos negros. No alcanzo a salir, les vomitó a un lado. El cuidador lo miró pensando lo que él ya sabía:
- De dónde lo sacaron. Aquí se necesitan tripas.
Luego preguntó por una fonda, y entre las moscas, ingurgitando la cerveza directo de la botella, encendió su ordenador portátil y tecleó veloz con la boca todavía agria de jugos gástricos.
Nada fuera de lo normal, la tendencia se confirma. Un promedio de 20 asesinatos al día, sin tomar en cuenta a los desaparecidos. Caxilo puede desde ahora ir contando con un lugar honorífico dentro de los países con mayor violencia en los reportes de este año. Y Cainan, pueblo patriota, contribuyó con su grano de arena o dos muertos a la conservación de ese puesto en los indicadores internacionales de horrores. Como se ve bajo esta rubrica todo es normalidad. Sólo querría llamar la atención de los amables lectores de este diario “La Trifulca” sobre el hecho inaudito y grave de la ausencia de poderes durante un día entero en el susodicho pueblo, ese pequeño territorio de la república que se quedo sin juez, ayuntamiento o policía en un completo vacío gobernativo, por la renuncia intempestiva de sus servidores públicos, que ante el asesinato inexplicable de unos compañeros prefirieron se dijera de ellos: aquí corrió y no quedo.
Y al acabar suspiraba: Ojala me despidan.
A Artemio Soz, reportero, lo despachó el periódico “La Trifulca” a Cainan, donde un tiroteo había dejado escasos dos muertos. En otra época habría dudado en ir a causa del nombre con sonoridad a mal agüero, pero por los tiempos que corrían los delitos no se fijaban en nimiedades, dándose parejo en poblaciones con denominaciones del tipo Paso de las Ovejas o Remanso de Ángeles, que en los que echaban bocanadas de azufre al pronunciarlas, y pensaba en las localidades de Infiernillos o Averno, teatros también de homicidios.
El delito era banal, dos policías asesinados a tiros de grueso calibre, de la clase que se suponía prohibida y que sin embargo daba cada vez más la impresión se trataba de artículos comunes y corrientes de compra sino en la mercería de la esquina, casi.
A los cuerpos los llenaron del plomo de las balas o sus impactos según era la costumbre, rematándolos con lo que parecía la firma: el tiro de gracia.
El problema para Soz, profesional comprometido por su salario a hacer un trabajo para el que en lo personal no se sentía ningún talento, no era la carencia de testigos -nunca los había- sino que tampoco halló en Cainan a ningún representante de la ley local.
En efecto, los cuerpos político y policíaco de esta población, quizás impulsados por un sentimiento de solidaridad, habían renunciado en bloque. Se trataba del primer caso de deserción general de puestos públicos.
Entonces nuestro reporter, sin otros indicios que dos fallecidos con sus nombres en tal lugar, a tales horas y punto. Se sintió unas ganas inmensas de mandar al periódico él también su renuncia, con tal de no tener que inventar con el recurso exclusivo de su cacumen la reconstrucción de los hechos. Y esto porque era necesario rellenar una larga columna de la página central del diario, con el detalle y de preferencia la explicación de la susodicha refriega. Pero ya se ha dicho que no tenía talento. Así que visualizó con sobriedad sus dos recursos habituales de inspiración: el asco y el alcohol; y los puso de inmediato en marcha dirigiéndose, en principio, a la morgue.
Entró lívido, lo curioso es que su tío -en la redacción- había creído hacerle un favor ascendiéndolo a reportero de esa sección en pleno auge de homicidios. Sobre la plancha los cadáveres eran, como los de la mayoría, de panzones desbordantes y al presente unas coladeras de hoyos negros. No alcanzo a salir, les vomitó a un lado. El cuidador lo miró pensando lo que él ya sabía:
- De dónde lo sacaron. Aquí se necesitan tripas.
Luego preguntó por una fonda, y entre las moscas, ingurgitando la cerveza directo de la botella, encendió su ordenador portátil y tecleó veloz con la boca todavía agria de jugos gástricos.
Nada fuera de lo normal, la tendencia se confirma. Un promedio de 20 asesinatos al día, sin tomar en cuenta a los desaparecidos. Caxilo puede desde ahora ir contando con un lugar honorífico dentro de los países con mayor violencia en los reportes de este año. Y Cainan, pueblo patriota, contribuyó con su grano de arena o dos muertos a la conservación de ese puesto en los indicadores internacionales de horrores. Como se ve bajo esta rubrica todo es normalidad. Sólo querría llamar la atención de los amables lectores de este diario “La Trifulca” sobre el hecho inaudito y grave de la ausencia de poderes durante un día entero en el susodicho pueblo, ese pequeño territorio de la república que se quedo sin juez, ayuntamiento o policía en un completo vacío gobernativo, por la renuncia intempestiva de sus servidores públicos, que ante el asesinato inexplicable de unos compañeros prefirieron se dijera de ellos: aquí corrió y no quedo.
Y al acabar suspiraba: Ojala me despidan.
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