jueves, mayo 10, 2007

Una manera

Hay diversas formas de hablar de un escritor. Una muy socorrida es:
- Oh, sí claro…sí, ya saben el autor de…, galardonado en…
Seguido de un fruncir de cejas y una mirada que le pasa al interlocutor por encima para hurgar el horizonte –la pared cercana-, en un probable ataque de modestia que pide disculpas por conocer, él sí, al notorio personaje que llama:
Un amigo”, eludiendo el “entre muchos” que exigiría la lógica terminal de su frase.
Luego mencionara que tuvieron juntos una célebre borrachera en el bar -vaya uno a saber- “tan famoso”. Complementando el prometedor informe con lujo de detalles, los unos más esenciales que los otros: el tipo de vino o cerveza, el número de cigarrillos consumidos, las piernas de las parroquianas, la groseria del servicio, para concluir su relato con la manera cómo el escritor -a quien quizá admira- vomitó, una manera muy suya, especial, y en definitiva, inspirada.
O bien, dirá que no, que F se moría de ganas, pero: “su hígado, ya sabe…. Sería para otra ocasión.” Pues: “Su esposa dice que…
- Ah, ¿No la conoce?
Parece preocupado y hace lo posible por remediar su o mi ignorancia:
- Guapa, linda… una amiga.
Otra, el señor por lo visto tiene multitud.
… la conocí hace años en la capital ibérica o catalana.
Aquí el contenerse es imperativo, se recomienda fingir, asumir el acto de la mentira, hacer como si aquel lugar virgen en absoluto del peso de nuestros pies fuera un paradero comun, un simple barrio con pretensiones en Caxilo, so pena de oír los escandalizados: “¡nunca ha estado!” y “lo que se pierde”.
A menos de que esté cansado de esa conversación unilateral en donde el interlocutor no lo ve sino por accidente, al tomar la copa de la mesa por ejemplo, y desee ser enfocado un instante a pesar de darse en las circunstancias de indignación ante su propio provincialismo ratonero, las raíces que no le han permitido cruzar el Atlántico.
Lo que haya decidido fue en pura perdida porque le empezó a contar interminablemente de aquellos parajes y se olvido por completo del escritor al origen de la plática, ganó es cierto el derecho a su mirada a que lo vieran por fin a la cara, mas lo interesante era el autor. Error o no, se lo trae en mentes. El descontento es visible: iba tan bien, y usted o yo interrumpiéndolo sin el menor tino ni pizca o sombra de sensibilidad en medio de la descripción entusiasta de… En castigo me respondió apenas:
- Ah, ése. Eramos como uña y mugre. –Pausa y suspiro.- Lástima que murió, concluiría enfático con los ojos que escrutaban de nuevo algo en la pared por sobre mi cabeza y hombros, dejando para otra ocasión u orejas de mayor monta cualquier información suplementaria.
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