martes, mayo 15, 2007

Fernando Vallejo

Un escritor arricano cambió de nacionalidad, y como estaba en su carácter no desaprovechó la ocasión para mandarles a sus ex compatriotas una epístola con sus razones del tenor: son unos mojigatos, unos asesinos y estúpidos, con un suelo que rezuma huesos, calzoncillos, zapatos y cráneos con dentaduras incólumes, sonrientes sin labios, imbéciles por ende a la par que el conflicto armado, apenas se da una palada.

Para nueva patria eligió Caxilo. La tierra cuya fauna burócrata e intelectual le ofreció solícita los medios para sacar adelante su carrera tras brindarle asilo, confiada, enferma hasta la médula de una infección que en su modalidad local lleva el nombre de malinchismo: la admiración irracional por lo extranjero, que en el caso de Fernando Vallejo dio en el blanco, le atinó, compensando con creces por un favoritismo justificado, las centenas de puestos dados a inmigrantes por lo general de izquierda que llegan a Caxilo sin mayor recomendacion u oficio que el ser exiliados políticos. Un enriquecimiento constante para la nación, se dice, sí seguro y en principio de sus rencores: el anticlericalismo, antimilitarismo y traumas dictatoriales de todo género que trasladan sin modificación al nuevo contexto, una inyección de odio como anfetamina importada y regalo cariñoso al país huésped.

Pero Vallejo, insisto, es una personalidad aparte. Lúcido, conservó la distinción entre los problemas de su país y el de residencia. Aun cuando acá y allá traen sotanas o uniformes, constató, los hombres y sus conflictos son diferentes, y los modos de abuso también tienen sus particularismos. El hablaría de los que conocía, los de Colombia. Y traía las entrañas tan cargadas de lo que necesitaba denuncia que tras siete lustros no termina de hacerlo, sacando su inspiración directamente de la indignación ante los procederes de sus paisanos; los cuales afín quizás de no agotar a su musa, la engordaron, esmerándose en particular durante una década, através un recrudecimiento increíble de violencia.

Yo, caxilense, no puedo sino felicitarme de la ganancia nominal de un ciudadano insigne para mi patria. Sólo que en realidad y salvo por el pasaporte, no lo es. Pues Vallejo tiene los ojos tan puestos en Colombia que no se ha percatado que Caxilo ha evolucionado y se parece cada vez más a aquella, a pesar de sus particularismos.
Un país, su patria novel, en donde para diferenciarla con la vieja, les doy un ejemplo: para encontrar no es necesario excavar, ni para reconocer un antropólogo especialista, ni trechos largos e intermediarios de tiempo, porque al ejecutado lo dejan reconocible, fresco y con mensaje sobre la acera, nunca lejos del poblado, y basta espantar a las moscas y al miedo para encontrarlo. Pero el hecho es que duele lo propio no lo ajeno, y a Vallejo le duele a kilómetros y años de distancia.
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