sábado, junio 09, 2007

La entrevista

Me desperté como en el fondo de un tambo, de sobresalto. Un libro nuevo con su pasta lisa se me echó a la cara, el par de ojos de una fotografía reproducida sobre la portada, y encima las cejas, unos bichos que se retorcían sobre la cartulina. El corazón me golpeó redoblado entre las demás vísceras que eran papel mojado en tinta China.

Marcos se levantó -estaba solo fue empero sigiloso, por costumbre, por respeto al sueño de su esposa ausente- a buscar el libro amenazador que lo había enganchado hasta expulsarlo sudoroso y en espanto del sopor y no lo halló, no como en la visión onírica: el par de ojos salvajes con sus cejas pobladas. Encontró las primeras pruebas del otro libro, el suyo, sin cubierta porque la editorial se encargaría del diseño y fotografías sin su intervención.

En una mesa de café en la luz blanca de marzo, una mujer le preguntaba, tramposa sin confesar que se trataba de una entrevista. Traía gafas obscuras para ocultar el cansancio:
- ¿Cada cuándo escribes?
La pregunta la delató, Marcos entendió hablaba con una reportera, así que se rió e hizo de inmediato notar. Aequis se rió también con él y entonces se pusieron de acuerdo, armarían para ese interviú el primer esbozo del personaje escritor Marcos Eymar, ganador del premio Tiflos 2007, diferente como se debía del Marcos Eymar, individuo particular que en ese instante tomaba el sol y sorbía su café, al tiempo que los sobre volaban gaviotas perdidas.

- Si fuera sincero confesaría que me levanto diario a las seis y escribo por lo menos durante tres horas. Pero como a mi personaje no le deseo la pose del literato de profesión, diré que escribo cuando puedo, cuando me dejan mis obligaciones. Es curioso que escribir no se considere una “obligación”, aunque en el fondo es la más tiránica de todas.
- Obligación tiránica, te refieres a la vocación, la tuya nació…
- Con el primer texto literario que escribí. Se llamaba “La medianoche de Jamón de York”, yo tenía ocho años y trataba de una compañera de clase alérgica a esta carne fría y quien con tal de no cubrirse de ronchas armó una auténtica revolución en la escuela afin de excluirlo del menú. Leí el texto en clase y mis compañeros se rieron mucho. Ahí cobré conciencia del poder de la literatura. Luego, claro las cosas fueron evolucionando. Un libro importante fue "Los cuentos únicos", una antología a cargo de Javier Marías donde se recogían los únicos buenos relatos de autores mediocres. Lo leí a los 11 años. A los quince obtuve mi primer premio, y luego nada. Nada durante tres años excepto el efecto paralizador de tomarse de pronto en serio, y que reditúa con frecuencia a los galardonados: tres años de síndrome del premio.
Una inquietud evidentemente del pasado, ese síndrome, algo que no le volvería a pasar y ante cuya evidencia la pregunta de: - ¿Volverá a afectarte? Resultaba ociosa. A Aequis, Marcos le respondió sonriendo: - No.
Pasaron enseguida a la cuestión de las influencias:
- Las más profundas son probablemente inconscientes. En literatura ocurre como con el parentesco: a veces creemos que nos parecemos al tío y luego una foto olvidada nos revela fulminantemente que somos idénticos al tatarabuelo. Es pura vanidad creer que estamos influidos por los autores que admiramos. Puestos a prestarse a ese ejercicio pretencioso, yo, como cuentista, me siento cerca de la tradición hispanoamericana: Quiroga, Cortázar, Onetti, Borges… Aunque hay ancestros ineludibles, como Chéjov, Hofmann o Maupassant...

A la noche siguiente, ya en la cama, los ojos sobre la cubierta continuaron con ansias a buscarlo. El los buscó también, estaba seguro de haberlos visto antes, tenían algo de extrañamente familiar, pero, ¡qué cejas de hombre viejo! No, no era eso, ni tampoco los de tío en la desidia de la suciedad; no, era la expresión. Una como sombra a la Rembrandt en donde todo el trabajo recae sobre el espectador: la adivinanza del contenido, el portento de la mancha, la obscuridad extendida sobre porciones enteras de lienzo que parece inocente hasta que uno se fija y entre el pigmento ocre-negro halla una pincelada clara con la evidencia alucinante de una joya o filo de arma.

Un grupo de parroquianos llegó a sentarse en las mesas contiguas, Marcos los percibió con retraso, cuando ya pedían sus órdenes, la mirada los oteó de paso y lejos mientras hilaba:
- Se han propuesto muchas definiciones del cuento y de la novela. Yo los compararía a un duelo a muerte y a una batalla. En el primero, no hay margen de error: o se mata, o se es matado. Sólo se dispone de una bala que cuenta dos historias: la de los dos rivales. En la segunda, en cambio, hay muchas víctimas, pero también supervivientes. Lo que cuenta es la victoria final. La metralleta utiliza centenares de proyectiles y de historias: unos traspasan el corazón de los enemigos, otros sólo hieren, otros se pierden en el vacío.

Que se perdieran también los ojos en el vacío. No. Esa noche volví a despertar con taquicardia ya que las pupilas bidimensionales del sueño, esta vez sí me habían encontrado.

Medio día en la plaza de la ciudad de provincia, sobre la mesa del café en la calle, Aequis escribía mis respuestas, pero quizá no era ella sino un personaje, uno del mismo calibre que aquel en creación, el mío de Marcos Eymar escritor. El personaje Eymar pronto disponible en los quioscos y librerías, en las solapas de los libros, en la red o los diversos artículos de revistas y periódicos. El personaje público que permitiría el libre movimiento al personaje privado que tenía una esposa, alumnos y esa pesadilla grotesca y reiterativa de cavidades oculares sobre la cubierta de un libro que había logrado reconocer la noche la anterior, sólo para olvidar esa identidad desesperante al amanecer. Por lo pronto, moronas de pan, chocolate en su envoltura, y tazas con vaho.

- Una vez que se publica se crean expectativas, se espera entonces del escritor que continué con el mismo estilo e inquietudes, que ya no sorprenda o únicamente en la vena a la que se le ha asignado. Los autores suelen rebelarse contra ello, o por lo menos fingir que se rebelan. Y aunque es cierto que puede ser peligroso, también puede ayudar a encontrar una coherencia estética, a ir hasta el final de las posibilidades de un determinado modelo narrativo. Un creador de personajes tiene que aceptar convertirse en uno.

Y los ojos, ¿de quién eran? ¿De un amigo, pariente o personaje? Quién fuera se trataba de un varón. Alguien con una mirada cuya agresividad no residía en un acto intencional. Un ser -y los personajes también lo son- cuya agresión tampoco le venía de un sentimiento que exhultara y que resentida por el entorno, se lo devolviera tal cual en pago exacto con la misma moneda. El problema era otro: hay cosas, momentos y personas que no deben de existir, porque su presencia es el problema. Y Marcos sospechaba que las cuencas oculares de su pesadilla recurrente eran objetos de este tipo, objetos por definir y para los que buscaba todavía un nombre, uno que le era cada vez más urgente hallar.

A la clientela los rayos solares les habían rescaldado la frente y mejillas, el grupo vecino tras consumir, se iba en un chirrido súbito de sillas. El desarrollaba por entonces el tema de las obras perdidas. Las centenas de papiros e incunables que no pasaron los siglos, y de las que se conoce con suerte un título:
- No hay obras perdidas, sino obras por escribir. La “Medea” de Ovidio o la “Comedia” de Aristóteles se han convertido en proyectos literarios. Quizás merecieran desaparecer. Antes, cuando se copiaban a mano los papiros o pergaminos, la longevidad de una obra estaba determinada por su valor. En el fondo, los lectores decidían de su supervivencia: cada nuevo ejemplar copiado añadía nuevas posibilidades de alcanzar la posteridad y uno no iba a invertir tiempo y dinero en copiar un bodrio. El ecosistema literario, como los otros ecosistemas, estaba entonces menos contaminado.
- Y ¿cuáles son los planes de desarrollo para el futuro?
- Las historias son presentes futuros que se suelen escribir en pasado. Curioso. Tengo muchas ideas esperando ser escritas. ¿A qué tiempo pertenecen? No lo sé. Lo que sí puedo decirte es que cada una ha de tener su voz, una gama definida de sonido que le permita existir en el caos del mundo y que habrá que perseguir con paciencia entre el ruido que nos rodea. Ésa es la bola de cristal de un escritor.
Aequis -paranoica de ideas- lo miró con envidia, mientras él se tragaba la mención de sus temores nocturnos. La entrevista es un género diurno, y ahí nada tenía qué hacer el contenido de su pesadilla. Marcos Eymar era y sería un personaje que perseguía. Nunca el perseguido y menos por una mirada ridícula que salvo por las cuencas en antifaz colgaba del vacío. Esa era una idea entre muchas que él desarrollaría cuando así lo decidiera en un cuento o novela, y entretiempos las cosas -ojos de miedo o no- podrían rondarlo e importunarlo a placer. Estaba dicho que no les prestaría su pluma hasta que estuviera listo; y mientras tanto que la cosa careciera de voz, la tomara prestada o chillara como la expresión en los ojos del hombre que lo encontró y le habló ayer, que pronunció su nombre y él olvidó.

La entrevista terminada, se habían levantado, las tazas lucían sus pocillas, un ave ensució a pocos metros la acera. Aequis se fue con sus notas sobre una servilleta apretada en un puño, los indicios con qué armar al personaje público del escritor. A Marcos no le dio tiempo de pensar en el albur, en lo que saldría a partir de aquellos apuntes escuetos, pero le tranquilizó la venia que se reservaba. Y en la noche esperó de nuevo al ser bidimensional del libro.

Los ojos escupían tinieblas, eran en principio, y al igual que la primera noche, una imagen fotográfica. Unas pupilas hundidas en las cuencas bajo el bosque abrupto e incivil de las cejas con la expresión que había encontrado su voz y dijo y diría, Marcos, su nombre.
Bien, pero, ¿cuál? ¿El escritor, el particular u otro?

"Objetos Encontrados"
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