Quijotismo rentable
Hay tierras de revolución y otras de rebelión. El Nuevo Mundo nunca lo ha sido más que de rebeliones. La rebelión es una mera protesta, en cambio una revolución está en la obligación de formular proposiciones; y se equivoca quien piense que es un revolucionario si su labor se limita a las solas gritas, rompederas de vidrios u hocicos humanos, y demás civil parafernalia con que se suele acompañar las manifestaciones de descontento en contra del gobierno.
De hecho, la rebelión en Arrico está siempre a un pelo de estallar, merced a una serie de políticas económicas ineptas que han empobrecido a la mayoría, sin eufemismos ni vueltas de hoja. Al grado que en las conferencias internacionales y seminarios en el extranjero, Arrico -con la miríada de países hispanoparlantes que lo componen- está siempre en la boca de los especialistas como el claro ejemplo de las peores medidas posibles que los gobiernos son capaces de tomar.
Los habitantes de estas naciones con estadistas tan notoriamente inhábiles en cuestiones de ganapan o economia, se entiende tengan ganas de rugir y romperle la cara al político mal nacido que por su modorra, ingenuidad, ambición, avidez o simple ignorancia le ha partido a la mitad su poder adquisitivo en el tiempo record de diez o veinte años. Sin que mediara el cataclismo de una guerra ni las catástrofes de una peste o terremoto, vía la sencilla y austera aplicación de planes, ya de izquierda ya neoliberales.
Pues en este subcontinente, antigua tierra de Promisión, por un nuevo acaudalado hay cien “bajo el umbral de la pobreza”.
Y es aquí donde, como en una historieta de superhéroes y ante el clamor de tanta indigencia fresca, hace su aparición el quijotismo rentable de los auto proclamados defensores de los pobres y agraviados.
Estos señores o señoras, aprendices en grasa, carne y hueso de los superhéroes, no sólo afirman ser los portavoces de determinados sectores sociales sino también ser sus únicos portavoces.
Nadie salvo ellos, son capaces de expresar sus necesidades y demandas. Cuentan, en efecto, con la exclusividad, y a cambio de servir de lengua a quienes si tienen no la usan, piden en modesto salario la promoción de su carrera política.
Una forma novedosa de trepar los escalones del poder a través el encauzamiento del descontento social, de las rebeliones a un pelo de estallar, ahora sí domesticadas porque al servicio de la ambición personal de un quijote a honorarios que dice:
De hecho, la rebelión en Arrico está siempre a un pelo de estallar, merced a una serie de políticas económicas ineptas que han empobrecido a la mayoría, sin eufemismos ni vueltas de hoja. Al grado que en las conferencias internacionales y seminarios en el extranjero, Arrico -con la miríada de países hispanoparlantes que lo componen- está siempre en la boca de los especialistas como el claro ejemplo de las peores medidas posibles que los gobiernos son capaces de tomar.
Los habitantes de estas naciones con estadistas tan notoriamente inhábiles en cuestiones de ganapan o economia, se entiende tengan ganas de rugir y romperle la cara al político mal nacido que por su modorra, ingenuidad, ambición, avidez o simple ignorancia le ha partido a la mitad su poder adquisitivo en el tiempo record de diez o veinte años. Sin que mediara el cataclismo de una guerra ni las catástrofes de una peste o terremoto, vía la sencilla y austera aplicación de planes, ya de izquierda ya neoliberales.
Pues en este subcontinente, antigua tierra de Promisión, por un nuevo acaudalado hay cien “bajo el umbral de la pobreza”.
Y es aquí donde, como en una historieta de superhéroes y ante el clamor de tanta indigencia fresca, hace su aparición el quijotismo rentable de los auto proclamados defensores de los pobres y agraviados.
Estos señores o señoras, aprendices en grasa, carne y hueso de los superhéroes, no sólo afirman ser los portavoces de determinados sectores sociales sino también ser sus únicos portavoces.
Nadie salvo ellos, son capaces de expresar sus necesidades y demandas. Cuentan, en efecto, con la exclusividad, y a cambio de servir de lengua a quienes si tienen no la usan, piden en modesto salario la promoción de su carrera política.
Una forma novedosa de trepar los escalones del poder a través el encauzamiento del descontento social, de las rebeliones a un pelo de estallar, ahora sí domesticadas porque al servicio de la ambición personal de un quijote a honorarios que dice:
Les sirvo, me sirvo, y ¿de quién la mejor parte?
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