viernes, agosto 31, 2007

Un

Un saludo como ala de insecto
sobre la luz trémula de un nombre
nada es necesario
excepto tú y el coágulo de instante tañido
en que lo pronuncias
y de ti sólo los labios
¿engreídos? ¿seguros?
da lo mismo

porque sobre el diente roto de pulso partido
y la mariposa nocturna con voz en tu boca
se ahoga en alas de insecto
mi nombre
y nada es necesario
excepto tú
y de ti sólo los labios

lunes, agosto 27, 2007

Ese día

Estuvo a punto de saltar al agua como retina obscura, en el canal fangoso que baja de los del Ourqc y Saint Denis, sin razón, por accidente. Porque los días, y algunos en particular, se resumen a una trabazón caprichosa de: así sucedió. Una enumeración que empieza por: se despertó con el cansancio a cuestas y unas ganas de aprovechar la jornada. Bebió café, completando su desayuno con vitaminas. La noche anterior había sido larga, el cuerpo tiene su propio ritmo, sus tiempos de agotamiento y energía. Esa mañana era de agotamiento. El agotamiento es la mejor motivación, si se está en desacuerdo con la necesidad del reposo en los días soleados, radiantes de agosto.


El vestirse es un placer, salvo cuando se lleva prisa. Se puso entonces lo mismo que una mañana anterior, paralela, y de un salto ya estaba sobre las baldosas en la calle vacía de su barrio.
Qué respiro: el aire antes de que caliente. Luego se zambulló en el subterráneo del metro para salir como topo en otro lado. Los citadinos o turistas se desperezaban o comían en los parques, disfrutando al máximo el calor tan escaso ese año. A veces sin pudor, sin idea: Un hombre maduro de torso desnudo, la piel lustrosa de que se derretía, repelente grasoso en cocción; o damas con maquillaje inestable, llorando su rimel gota a gota de sudor. Calles adelante, aterrizó en un mercado exótico, un autentico zuk transplantado a Paris, sobre ruedas. Las mujeres, detrás, los varones delante; aquéllas con el pecaminoso cabello oculto bajo velo, los brazos y las piernas cubiertas, éstos muy frescos y aun desgarbados. En un puesto se cambió, compró un vestido blanco, largo hasta los pies.
Para terminar sentada a la orilla del canal con las piernas que le colgaban. Pero en cuanto al: "Estuvo a punto de saltar al agua como retina obscura" del inicio, se los voy a deber porque a los escritores también se nos seca el cerebro. Y yo con las mejores intenciones no encuentro la manera de terminar lo que empecé.

domingo, agosto 19, 2007

Dominguera

Ayer fui a jugar baloncesto. Desde los once años no jugaba, sin que recuerde cómo me las ingenié para saltarme las clases de educación física durante mis años de colegio, y en consecuencia no podría recomendarles el método; quizá hubo algún justificante médico convenientemente renovado cada tres meses, o bien a semejanza de los jugadores en la banca de reserva allí me la pasé yo en espera de un cambio. Lo cierto es que excepto por el principio de meter canasta, el resto de las reglas era un misterio.

Quienes se sorprendieron al verme llegar a la cancha fueron mis compañeros. Es una fortuna sean unos caballeros, me tuvieron que explicar hasta lo que era una falta. Intuía, claro, que faltas hay en todos lo juegos, mas tienen sus peculiaridades y sé que cometí un par, pero mi conocimiento siendo mínimo no les podría reexplicar.
Como estábamos en número non, mi equipo benefició de un jugador adicional en una aparente injusticia. Digo, aparente porque sin sostener que yo no contaba –acuérdense de las faltas- en algún momento me fui, para hallar a mi regreso que el partido no se había interrumpido por ser yo, sino completamente, sí un poco prescindible.

Para el tercer partido hubo un reacomodo. Calisto en una visión de cuentista con tenis optó por la estrategia. Funcionó de maravilla. Los ánimos tras hora y media de juego, se rescaldaban. El sol pegaba de lleno, y mientras Marcos se auto increpaba a cada error con un ¡Qué mal!, Harmodio, escritor de otro estilo, recurría a injuriarse. Yo estaba tan nerviosa que me reía al ver la seriedad del juego. En lo fuerte de la confrontación volaron otras cosas además del balón: un lente de contacto de Calisto y yo de un empellón. La sed arreciaba, teníamos ampollas, algunos la mano torcida; y en ese último partido, con los ojos hechos un guiño, tostados al calor, pero no sin reñir, también perdimos.

domingo, agosto 12, 2007

Rara belleza

En Caxilo no hay blancos feos, es el privilegio de lo escaso, en un país donde abunda la piel morena desde el negro violeta al crema retostado. Y si además de tener la piel pálida se luce una cabellera clara, el indulto estético es total, y se puede ser el más logrado espantajo, el color suspende el juicio, nubla las formas, y la rubia o el pelirrojo feos son allí un contrasentido.

Sin que se pueda hablar de raza. Pues tras medio milenio de promiscuidad cromosomática, todos con excepción de los inmigrantes en Caxilo tienen alguna gota de sangre india, independientemente del color de su piel, ojos o pelo. Y si se quisiera ser exacto habría que hablar de porcentajes de tal o tal ascendencia, ayudándose acaso de las leyes que aquel prelado belga estableció para los frijoles, y remontarse bolígrafo en mano a los ancestros.

Los rastros del mestizaje son tan apabullantes entre los actuales habitantes de Arrico que uno termina por preguntarse si la Leyenda Negra no exageró al hablar del exterminio de los autoctonos atizados por los conquistadores niveos, y si no fue lo contrario. O bien, si sería el sol quien ennegreció paulatinamente la blancura original de los colonos desde la conquista. Aunque se debe de reconocer que existe un lugar en mi país donde el pelo negro sí es minoría, se trata de la industria del entretenimiento y de la publicidad, que afín quizá de contrarrestar a la generalidad prieta lleva décadas saturándonos con presentadores, actores y aun meros comparsas siempre rubicundos, teñidos o naturales.

En Caxilo, no hay blancos feos, es el privilegio de lo raro. El individuo lechoso, trigueño o mondo, pelirrojo o blondo, puede vivir muy feliz, considerado guapo y la mujer bonita, gracias tan sólo a su color y durante toda su vida a condición de no salir del continente. Pues en los países ricos del viejo mundo, por ejemplo, la ecuación palidez igual a belleza se invierte, y allí donde pululan las pecas, los pelos de oro y la tez como leche, lo hermoso es lo moreno.

viernes, agosto 03, 2007

Tartajeo poético

Calisto, Belina, Lenin y yo escribimos poesía, y decidimos reunirnos. La primera sesión se anuló, la segunda también, la tercera tuvo por fin lugar. Los versos desempolvados tenían muchas virtudes además de no ser buenos. Se leyeron en una terraza, al tiempo que unos jubilados -bebedores alcohólicos desmañanados- se ocupaban en hacer ruido. Afuera del restaurante sobre la acera, llegó poco después un vago a literalmente despiojarse en una banca. Él, los jubilados y las palomas picando la porquería del suelo conformaron el público contingente de nuestra sesión inaugural.
Leí mi poema, fuerte y con desgana. Eran versos viejos de hacia un año con sentimientos que ya no compartía. Lenin escuchó atento, las palomas parecían cacarear, los parroquianos en el local también, el vago ventilaba sus dedos boquiabiertos por agujeros en las medias; y para terminar con ese cuadro de bucolismo urbano, diré que las copas de los árboles en la avenida retumbaban cada cinco minutos al paso del metro.

A la quinta sesión llegué temprano y deambulé por el barrio hasta encontrarme con Belina, y seguir deambulando juntas sobre el asfalto con las piernas que hormigueaban el cansancio del fin de un día, en espera del dueño de la casa, Lenin. Esa asamblea poética inició y terminó bajo el signo del hambre. Las tripas rugían innobles en música de fondo a la lectura de los poemas -cierto que de haber sido versos de Paz se habrían callado, sólo que no lo eran, sino nuestros. En algún momento la gastritis de uno de los participantes se hizo tan aguda que nos interrumpimos para buscar yogurt, hallando uno caduco que, como la necesidad mandaba y de todas formas era leche cortada, se le suministró. La conclusión entusiasta de aquella reunión fue que pronto habría otra, que principiaríamos con la lectura de un Poeta con p mayúscula en invocación propiciatoria, a cualquier hora excepto la de la cena.
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