Nadie
Creo transmito inquietud y no hablo de los animales -de los caballos, por ejemplo, a quienes pongo nerviosos porque me impacienta no anden más rápido, y que apresuro a puro golpe de talón, por fortuna, sin acicates-, hablo de la gente, de mis alumnos y, en particular, de unas señoras que sufrieron ayer un ataque de histeria en plena clase. La maestra -yo- llevaba un rato planteándoles el problema de la existencia, -esas son las palabras textuales- y se entiende que les sorprendiera ese desplante de filosofía chambona en una lección de español básico. Pero el programa es el programa y yo debía demostrar que el ser algo o alguien, es diferente a no ser nada ni nadie, y tampoco es mi culpa si alguno se sintió reflejado y fue a pensar, por un segundo, la tristeza de que a lo mejor no era nadie.
La señora, mi alumna, se echó a reír irresistiblemente, y como la histeria -alegre o sollozante- se propaga, un minuto después tenía yo dos histéricas temblando hasta las lágrimas, pues había contagiado a su vecina.
Ser alguien, y en aquel instante una maestra de español con aparente dominio de sí, sonaba a algo muy difícil. Lo primero era atajar no me fueran a contagiar al resto, y continué escribiendo sobre el pizarrón los malhadados adjetivos de la negación: ningún, ninguna.
Entonces oí una risilla del otro lado del salón, otro más que se había descubierto ser un don nadie, volteé para contemplar la amplitud del desastre. La hilaridad brillaba en todos los ojos, pero contenible salvo por mi par de señoras, ahora ya rojas, al punto que temí fueran a virar su histeria a un llanto despavorido de la peor especie. Mas no, fijándose uno bien, se constataba era risa y lágrimas de risa.
Sabrán que la manera más eficaz de pasarse la sensación horrible de cero a la izquierda, es distraerse. Al respecto, el radio y la televisión son los medios más usuales, vaya cualquier cosa que arrebate al individuo no a su nulidad sino al pensamiento de que es nulo; en cambio, en una aula de clases esos económicos medios cura-don-nadies son menos evidentes. Lo bueno para mis alumnos fue que yo estaba allí, y ellos con tantas ganas de olvidar se distrajeron con casi nada, a saber, con su maestra que se limpiaba constantemente las palmas en su ropa, sobre todo al final cuando acabó blanca gis de tiza.