Testimonio del Dr Daniele Macchini, médico de la clínica “Humanitas Gavazzeni” en Lombardía, Italia.
“…Intentaré
trasmitir a las personas que no son del sector médico y a las que se encuentran
lejos del epicentro de la epidemia, lo que vivimos en Bérgamo estos días de
pandemia Covid-19.
Entiendo la
necesidad de evitar el pánico, pero cuando el mensaje sobre la peligrosidad de
lo que nos sucede no llega a las personas y oigo como se burlan de las
recomendaciones y la gente sigue reuniéndose para quejarse del cierre del
gimnasio o la cancelación del fut, se me pone la piel de gallina.
Entiendo también
el daño económico y me preocupa. Después de la epidemia será difícil reiniciar.
Pero... considero
prioritario limitar los daños sanitarios que corre todo el país y encuentro por
lo menos “angustiante” que todavía no se haya ampliado la contención…
A mí mismo me
sorprendió la total reorganización del hospital de hace una semana, cuando
nuestro enemigo yacía todavía en la sombra: los servicios hospitalarios se
vaciaron lenta y literalmente, las actividades programadas se interrumpieron,
La Unidad de Terapia Intensiva se desocupó para disponer del mayor número posible
de camas. Containers se instalaron
frente a Urgencias para crear itinerarios diversificados y evitar eventuales
contagios. Toda esta transformación trajo a los corredores del hospital una
atmósfera de silencio y de vacío surrealista que todavía no entendíamos, en
espera de una guerra que estaba todavía por empezar y que muchos no esperábamos
llegara con la furia que llegó (abro un paréntesis: todo esto transcurrió en
silencio y sin publicaciones, aunque diversos encabezados periodísticos tuvieron
el coraje de informar que las clínicas privadas no se preparaban).
Todavía recuerdo
mi guardia de noche de hace una semana, pasada con el ojo pelón, en espera de
una llamada de Microbologia del Hospital de Sacco de Milano. Esperaba el
resultado de la muestra de nuestro primer caso sospechoso, pensando en las
consecuencias que tendría para nosotros y para el hospital. Ahora que lo
reconsidero, me parece ridícula e injustificada mi agitación por un solo
posible caso, ahora que he visto lo que está sucediendo. La situación actual es
por lo menos dramática. No se me ocurre otro término. La guerra estalló y las
batallas se suceden sin interrupción. Uno tras otro, los pobres desdichados se
presentan en Urgencias, con complicaciones enteramente diferentes a las de la
influenza. Dejemos de repetir que se trata de una mala gripe. En dos años, he
aprendido que los bergamascos no vienen a Urgencias sin razón. Se comportaron
también bien en esta ocasión. Siguieron todas las indicaciones: una semana o
diez días con fiebre en casa sin salir ni contagiar, hasta que ya no aguantan.
Porque ya no respiran lo suficiente y necesitan oxígeno.
Los tratamientos
farmacológicos para este virus son pocos. La evolución de la enfermedad depende
principalmente de nuestro organismo. Nosotros sólo podemos darle soporte cuando
ya no puede. A decir verdad, esperamos que el organismo erradique por sí mismo
el virus. Las terapias antivirales contra este virus son experimentales y a
diario aprendemos sobre su comportamiento. Permanecer en el domicilio hasta que
empeoran los síntomas no modifica el diagnóstico de la enfermedad. Pero ha
llegado el momento en que la falta de camas cunde en toda su calamidad. Una tras
otra, las salas que se vaciaron, se llenan a un ritmo impresionante. Los
tableros con los nombres de los enfermos de colores diferentes según la
especialidad a la que pertenecen, están de un tiempo acá todos rojos y en el lugar
de la operación quirúrgica aparece el diagnóstico que es siempre el mismo:
pulmonía intersticial bilateral. Ahora díganme qué otra influenza provoca una
catástrofe semejante....
Porque esa es la
diferencia. En la influenza clásica además de que el
contagio es menor en un periodo de tiempo de muchos meses, los casos se
complican con menor frecuencia: sólo cuando el virus destruyendo las barreras
protectoras de nuestras vías respiratorias, permite a las bacterias normalmente
residentes en las vías respiratorias superiores, invadir los bronquios y
pulmones, se originan los casos más graves. El Covid 19 causa una influenza
banal en muchas personas jóvenes, pero en los ancianos (aunque no
exclusivamente) les provoca un verdadero SARS porque llega directo a los
alveolos de los pulmones y los infecta volviéndolos incapaces de desarrollar su
función. La insuficiencia respiratoria resultante es casi siempre grave y tras
unos días de hospitalización, el oxígeno que se le administra al paciente no
basta. Lo siento, pero a mí como médico no me tranquiliza el hecho de que la mayoría
de los casos graves sean principalmente el de ancianos con patologías
preexistentes. La población de la tercera edad es la de mayor representación en
Italia y, es difícil encontrar a alguien de más de 65 años que no tome por lo
menos una pastilla contra la hipertensión o diabetes.
Les aseguro pues
que cuando veo a gente joven en terapia intensiva, entubada, boca abajo o en ECMO
(máquina para los peores casos, que extrae la sangre, la oxigena y la
reintroduce en el cuerpo, con la esperanza que el organismo cure sus propios
pulmones), toda tranquilidad en razón de la propia juventud se desvanece. Y
aunque haya todavía en las redes, personas que se vanaglorian de no tener
miedo, ignorando las indicaciones, protestando porque sus hábitos de vida están
“temporalmente” en crisis, la catástrofe epidemiológica continúa. Ya no hay
cirujanos, urólogos, ortopedistas, somos sólo médicos que improvisadamente formamos
parte de un mismo equipo para confrontar el tsunami que nos sumerge.
Los casos se
multiplican, llegando a 15-20 hospitalizaciones por día por la misma causa. Los
resultados de las muestras llegan uno tras otro: positivo, positivo, positivo.
De repente, la sala de Urgencias está al borde del colapso. Se giran consignas
de emergencia: “falta ayuda en Urgencias”. Una breve instrucción para enseñarnos
cómo funciona el software de gestión de Urgencias y minutos después estamos ya
abajo, codo a codo con los guerreros en el frente de guerra. La pantalla del PC
con los motivos de ingreso es siempre la misma: fiebre y dificultad
respiratoria, fiebre y tos, insuficiencia respiratoria, etc. Exámenes y radiología
repiten la misma sentencia: pulmonitis intersticial bilateral. Todos son casos
de hospitalización. Alguno ya para entubar va a terapia intensiva. Otros, sin
embargo, llegan demasiado tarde. La Unidad de Terapia Intensiva está saturada
aunque se sature una sala y se abran otras. Cada aparato respiratorio se vuelve
como de oro. Las salas operatorias que han suspendido toda actividad no
urgente, se convierten en salas de terapia intensiva que antes no existían. Se
me hizo increíble (hablando al menos del Humanitas Gavazzeni donde trabajo),
cómo se logró poner en marcha en tan poco tiempo un despliegue y reorganización
de recursos diseñada para prepararnos a una catástrofe de esta magnitud. Cada
reorganización de camas, salas, equipos, turnos y tareas se revisa diariamente
en busca de brindar lo máximo y aún más si fuera posible. Las salas antes
fantasmales están saturadas, el personal listo para dar lo mejor al enfermo, aunque
estemos exhaustos. El personal está exhausto. He visto el agotamiento en
rostros que no sabían lo que era el cansancio no obstante las cargas extenuantes
de trabajo que teníamos. He visto personas trabajar más allá de sus turnos, a
pesar de que las horas suplementarias sean ya para todos lo habitual. He visto
una solidaridad de todos nosotros, que nunca nos olvidamos de preguntar a los
internistas “¿En qué puedo ayudar?” o “Déjame ese paciente, lo atiendo yo”. He
visto médicos que desplazan camas, trasladan pacientes y administran tratamientos
en lugar de los enfermeros; enfermeros con lágrimas en los ojos porque no
logran salvar a todos y los signos vitales de varios pacientes indican al mismo
tiempo un destino ya clausurado. No hay horarios ni turnos.
Para nosotros toda
vida social está interrumpida. Yo me separé hace unos meses, pero les aseguro
que siempre hice lo posible para ver a mi hijo, incluidas las noches de
guardia, pero hace casi 2 semanas que no veo ni a mi hijo ni a mi familia por
temor a contagiarlos y de que ellos contagien a su vez a un abuelo o pariente
con problemas de salud. Me satisfago con mirar con lágrimas enlos ojos fotos de
mi hijo y con una que otra video-llamada. Tengan pues también ustedes paciencia
si no pueden ir al teatro, a los museos o gimnasio. Tengan compasión de la
miríada de viejitos que podrían exterminar. No es su culpa, lo sé, pero cómo se
les ocurre pensar que se esté exagerando y aún cuando mi testimonio les parezca
una exageración porque no están en el epicentro de la epidemia, escúchenme:
salgan de casa sólo para lo indispensable. No vayan en bola a los supermercados
a hacer compras: es lo peor que pueden hacer, pues de esa manera se concentran
y es mayor el riesgo de contacto con contagiados que no saben que lo están.
Vayan como de costumbre. Si tienen un tapabocas normal (o como los que se
utilizan para trabajos manuales): úsenlos. No busquen los FFP2 o FFP3. Esos los
debemos utilizar nosotros y de por sí tenemos problemas para encontrarlos. Pues
a estas alturas, aún nosotros debemos optimizar su utilización y no hacer uso
más que en determinadas circunstancias como lo sugirió recientemente la OMS en
razón de su escasez global. Así es, a causa de la penuria de ciertos
materiales, yo y otros tantos colegas nos hemos de seguro expuesto, no obstante todos los medios de protección con
que disponemos. Algunos de nosotros ya nos contagiamos a pesar de los
protocolos. Algunos colegas contagiados contagiaron a miembros de su familia, y
algunos luchan ahora mismo entre la vida y la muerte. Nosotros estamos allí
donde el miedo aleja a todos . Manténganse lejos.
Pídanle a todos
los abuelos de su familia y a aquellos con padecimientos que permanezcan en
casa, háganles sus compras que no salgan. Nosotros, médicos, no tenemos
alternativa. Es nuestro trabajo. Aunque el trabajo que realizo estos días no es
propiamente el que acostumbro, lo hago y me seguirá gustando mientras siga
respondiendo a los mismos principios: intentar mejorar el estado de algunos
enfermos y curarlos o bien, tratar simplemente de aliviar el sufrimiento y
dolor de aquellos que pordesgracia no tienen cura. Seré breve en lo que mira a
las personas que nos aclaman “héroes del momento” y que son los mismos que hasta
hace poco nos denunciaban… y que nos volverán a insultar y denunciar en cuanto
acabe la epidemia... la gente olvida con tal rapidez. Y tampoco somos héroes:
es nuestro oficio. Ya nos arriesgábamos desde antes con contagiarnos de cosas
feas: cuando poníamos las manos en el vientre ensangrentado de alguien que ignorábamos
si tenía SIDA o Hepatitis C; o cuando las hundíamos en su sangre a pesar de
saber que sí tenían; o cuando nos picábamos al atender a un sidoso y durante un
mes debíamos tomar medicamentos que hacen vomitar de la mañana a la noche. Y
qué de la angustia con la que abrimos los resultados de nuestro chequeo médico
tras un pinchazo accidental esperando no habernos contagiado. Si quieren
saberlo todo, nuestro ganapán nos ofrece lujo de emociones. No importa si
buenas o malas, al final las apechúgamos todas
buscando ser útiles a los demás. Ahora es su turno de ustedes de ser útiles
también, pero si nosotros con nuestras acciones influimos en la vida o muerte
de unas pocas decenas de personas. Ustedes (el público) con las suyas influyen
en las de un mundo. Compartan este mensaje e inviten a compartirlo. Es un favor
que les pido a fin que corra la voz para que no suceda en el mundo o en toda
Italia lo que actualmente sucede en Bérgamo.”