Caries
Ayer fui al dentista, no acababa de entrar que ya me decía:
- ¿Otra muela?
Y a mí me hubiera encantado responderle: No, es para una revisión, un simple certificado de buena salud de mis dientes que nos pidieron en un grupo chat, pues sabrá que hay de todo tipo y en éste exigen una hermosa sonrisa.
Pero la triste realidad era que sí se trataba de otra muela, la tercera por tercer año consecutivo, y que al igual que las anteriores elegía la estación de la primavera y del renacimiento para enfermarse, y lo que había empezado por incomodar leve y esporádicamente con los cambios de temperatura, me traía una semana después con la cara atenazada por una ramificación insospechada de las prolongaciones nerviosas del dolor.
Entonces había corrido al teléfono: - Necesito una cita.
Y apretado durante dos noches las mandíbulas, porque es un hecho que las crisis se dan con frecuencia cuando se carece de los medios inmediatos para su auxilio y en el caso de una urgencia dental, sucede siempre en fines de semana -ése al menos no era de puente.
La cita la obtuve inusualmente pronto, para el miércoles: porque era una paciente regular, casi modelo, de esas que nunca permitiría les aconteciera aquí a los dentistas lo que en los países escandinavos donde son profesionales en peligro de extinción: a saber que mi dentadura estaba en conocido y crónico mal estado.
- ¿Otra muela?
Y a mí me hubiera encantado responderle: No, es para una revisión, un simple certificado de buena salud de mis dientes que nos pidieron en un grupo chat, pues sabrá que hay de todo tipo y en éste exigen una hermosa sonrisa.
Pero la triste realidad era que sí se trataba de otra muela, la tercera por tercer año consecutivo, y que al igual que las anteriores elegía la estación de la primavera y del renacimiento para enfermarse, y lo que había empezado por incomodar leve y esporádicamente con los cambios de temperatura, me traía una semana después con la cara atenazada por una ramificación insospechada de las prolongaciones nerviosas del dolor.
Entonces había corrido al teléfono: - Necesito una cita.
Y apretado durante dos noches las mandíbulas, porque es un hecho que las crisis se dan con frecuencia cuando se carece de los medios inmediatos para su auxilio y en el caso de una urgencia dental, sucede siempre en fines de semana -ése al menos no era de puente.
La cita la obtuve inusualmente pronto, para el miércoles: porque era una paciente regular, casi modelo, de esas que nunca permitiría les aconteciera aquí a los dentistas lo que en los países escandinavos donde son profesionales en peligro de extinción: a saber que mi dentadura estaba en conocido y crónico mal estado.
Me preguntó si me dolía, la clase de cuestionamientos que odio. Era evidente que me dolía, si no qué habría venido a hacer a su consultorio. Sólo que si se lo pregunta uno a quemarropa y se busca responder con sinceridad, la contestación deja de ser obvia.
Me quede callada en lo que recapitulaba, una auténtica introspección sensorial. Y estaba por responderle:
- Verrá ya no me duele, no la muela. Me duele el cuello y el resto de los dientes, mi cara está aletargada, no logro concentrarme, estoy a punto de llorar y confundo las fechas. Pero no sé si corresponda a la carie, y el aletargamiento es la cesación del dolor, en cuanto a las ganas de llorar y sobre todo la confusión de fechas me pasa seguido...
Pero la dentista no tenía tiempo, una estricta media hora por paciente y yo llevaba cinco explicándole. Me hizo recostarme y abrir la boca para, en un grito sincero de médico agraviado, exclamarse:
- ¿Qué es eso?
Y es cierto que traía las encías y muelas de un lindo color violeta.
- Violeta de genciana.
- ¿Qué producto?... y luego cómo no se le han de fragilizar los dientes, ¿se pondrá alcohol la próxima vez?
- No lo había pensado...
Peló sus ojos tras las gafas.
Llevaba dos días untándome la boca del producto y hartándome de paracetamol, me habría podido dar una cita antes:
- Se la di de emergencia.
Luego cavó un poco con el taladro de su profesión, por lo visto no cabía duda, la muela estaba picada y la carie era visible. Y le sacó una radiografía no por ocio sino afín de averiguar su profundidad:
- No quiero matarle el diente sin necesidad.
Era la tercera ocasión que oía la misma frase, a la par que:
- Lo siento el nervio está afectado. Y la imagen de otra muela blanca con su agujero de podredumbre que alcanzaba la punta del hilo nervioso.
En verdad que estas visitas anuales al dentista se parecían cada vez más a un disco rayado, a un momento que no terminaba de pasar, con la esperanza de que me quedaran suficientes años y muelas para acabarlo o se sintonizara en otra estación, en la réplica de acciones menos definitivas que el desgaste de la propia dentadura.
La inyección no la senti y ni siquiera el principio de la cura gracias al aletargamiento, y era curioso que el nervio se hubiera cansado de doler y se echara a dormir y con él parte del rostro. La doctora trabajaba en silencio, tenía 30 minutos para acabar, pues creo había decidido robarle tiempo a su siguiente cita y esos eran los privilegios de contar con muchas caries. Al dolor lo vislumbré por un corto instante: un vano en la grieta de mi boca, algo sensible que se amplificó y me valió más anestesia.
Y por fin salí con gramos de esmalte dental menos, más ligera también de los bolsillos –comer dulces es doblemente caro-, un regaño y un premolar artísticamente rehecho que se me acaba de trozar. Razón por la cual estoy aquí sentada frente a la pantalla, ocupándome de cualquier cosa antes de llamar para otra cita.
1 Comments:
Hay que comer huevos, pescado y lacteos. Hay que lavarse los dientes después de cada comida (la caries no duerme). Hay que hacer gargaras con tequila. Pero si no, no importa. Los dientes no son un organo vital. Al final de su vida, Flaubert solo tenia un diente en pie. Viva la caries, abajo los dentistas!
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