¿Cargo o individuo?
Un hombre entra con la bandera, es un político influyente con un cargo de importancia, que penetra junto al lábaro patrio a una sala hasta hace un segundo estruendosa de conversación y choque de copas, pero que se ha callado; los grupos se disgregan, mientras los individuos acorren.
¿Qué se saluda? ¿A los metros de lienzo, símbolo multicolor y arbitrario de la nación, o al representante en turno de alguna de sus instituciones?
Hay una fábula que vendría aquí al dedillo.
Habla de un asno que traía sobre el lomo unas reliquias, y que no se me tomé a mal, los susodichos animales son simpáticos y si tienden a majaderos cualquiera lo haría con la vida que llevan. El tal asno salió sin mucho alboroto de un costado de la iglesia en aquellos pretéritos tiempos en que los cielos estaban todavía poblados. El pueblo o la ciudad estaba de fiesta, se conmemoraba al santo patrón, ése precisamente cuyos huesos paseaba nuestro protagonista sobre el lomo en un encuadre metálico, quizá recubierto de oro. Conocía las calles y a algunos de sus habitantes, por haberlos encontrado en el desempeño de funciones anteriores. Sin embargo, siempre lo habían tratado de simple ejemplar mamífero, cuadrúpedo, medio equino y, en breve, de burro que había corrido con mucha suerte y en lugar de trabajar en las labores que reventaban a sus congéneres en diez años, era en cambio propiedad de un clérigo con por toda pena el paseo dominical y a cuestas de los numerosísimos kilos del eclesiastico.
Pero ese día, oh, ese día. No lo podía creer, los hombres, mujeres, niños y viejos, -vaya, el espectro entero de las edades del Hombre- en cuanto lo apercibían, movían los brazos, lanzaban flores, extendían la mano queriéndolo saludar, enfin se deshacían en sonrisas y amabilidades, o bien se echaban de plano con su cuerpo como de un trampolín sobre las baldosas o tierra, humildes y en hinojos a lamerle el polvo de sus pezuñas. ¡Utch! Y ¿por qué lo harán? Utch! Y las rótulas de un lambiscón al momento resonaron. ¡Utch! Otro y otro, una avalancha de cartas humanas que se inclinaba a su paso. Nuestro asno estaba confundido -hubo hasta quien le besó los pies- y no se le puede culpar, pues a otros que no son de su especie y se suponen con la cabeza más sólida, lo excesivo de estas manifestaciones adulatorias, sobre todo cuando duran por un período -el de una gobernatura, por ejemplo- termina por trastornar los cascos, su contenido de materia gris y la idea que hasta entonces habían tenido de sus personas y del lugar que ocupan en el mundo.
El asno tras cuatro cuadras ya no se reconocía como uno: era, por lo menos, un hombre; y a las ocho, la vulgar humanidad fue un traje que le quedo chico: era un héroe; y para el final, un ídolo.
La conclusión de la historia, es obvia, pero quizás haya que recordarla. Lo que se adoraba no era al animal sino a las reliquias:
1) Su capacidad de acción milagrosa, es cierto, pero sin embargo harto frecuente inconmensurablemente más que atinarle a la lotería;
O 2) la intercesión, a saber, el pedir apoyo a un influyente.
¿Qué se saluda? ¿A los metros de lienzo, símbolo multicolor y arbitrario de la nación, o al representante en turno de alguna de sus instituciones?
Hay una fábula que vendría aquí al dedillo.
Habla de un asno que traía sobre el lomo unas reliquias, y que no se me tomé a mal, los susodichos animales son simpáticos y si tienden a majaderos cualquiera lo haría con la vida que llevan. El tal asno salió sin mucho alboroto de un costado de la iglesia en aquellos pretéritos tiempos en que los cielos estaban todavía poblados. El pueblo o la ciudad estaba de fiesta, se conmemoraba al santo patrón, ése precisamente cuyos huesos paseaba nuestro protagonista sobre el lomo en un encuadre metálico, quizá recubierto de oro. Conocía las calles y a algunos de sus habitantes, por haberlos encontrado en el desempeño de funciones anteriores. Sin embargo, siempre lo habían tratado de simple ejemplar mamífero, cuadrúpedo, medio equino y, en breve, de burro que había corrido con mucha suerte y en lugar de trabajar en las labores que reventaban a sus congéneres en diez años, era en cambio propiedad de un clérigo con por toda pena el paseo dominical y a cuestas de los numerosísimos kilos del eclesiastico.
Pero ese día, oh, ese día. No lo podía creer, los hombres, mujeres, niños y viejos, -vaya, el espectro entero de las edades del Hombre- en cuanto lo apercibían, movían los brazos, lanzaban flores, extendían la mano queriéndolo saludar, enfin se deshacían en sonrisas y amabilidades, o bien se echaban de plano con su cuerpo como de un trampolín sobre las baldosas o tierra, humildes y en hinojos a lamerle el polvo de sus pezuñas. ¡Utch! Y ¿por qué lo harán? Utch! Y las rótulas de un lambiscón al momento resonaron. ¡Utch! Otro y otro, una avalancha de cartas humanas que se inclinaba a su paso. Nuestro asno estaba confundido -hubo hasta quien le besó los pies- y no se le puede culpar, pues a otros que no son de su especie y se suponen con la cabeza más sólida, lo excesivo de estas manifestaciones adulatorias, sobre todo cuando duran por un período -el de una gobernatura, por ejemplo- termina por trastornar los cascos, su contenido de materia gris y la idea que hasta entonces habían tenido de sus personas y del lugar que ocupan en el mundo.
El asno tras cuatro cuadras ya no se reconocía como uno: era, por lo menos, un hombre; y a las ocho, la vulgar humanidad fue un traje que le quedo chico: era un héroe; y para el final, un ídolo.
La conclusión de la historia, es obvia, pero quizás haya que recordarla. Lo que se adoraba no era al animal sino a las reliquias:
1) Su capacidad de acción milagrosa, es cierto, pero sin embargo harto frecuente inconmensurablemente más que atinarle a la lotería;
O 2) la intercesión, a saber, el pedir apoyo a un influyente.
Consuelo y moraleja:
La posibilidad de acción de un político -su poder- es el cargo, mas depuesto este queda en mejores condiciones que nuestro héroe: ya no mandatario, gobernador o diputado, pero tampoco asno, sólo Hombre.
La posibilidad de acción de un político -su poder- es el cargo, mas depuesto este queda en mejores condiciones que nuestro héroe: ya no mandatario, gobernador o diputado, pero tampoco asno, sólo Hombre.
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