La parte obscura
En ocasiones, se encuentran en bolsas plásticas o directamente sobre la tierra, manifestaciones de la humana parte obscura en los atados bofos e inmóviles de cuerpos fallecidos en muertes clandestinas.
Con un ojo abierto que mira necio el cielo, y moscas, muchas moscas.
Se dice que las bocas de las víctimas reclaman, yo creo que el acto de violencia las dejo mudas y toda su expresividad proviene del rictus; y que es la conciencia o sus residuos, la que molesta al espectador.
Algo parece no estar bien y una comezón recorre al ente social, y se vocea en la prensa en las denominadas notas rojas, que para la satisfacción del público lector se salpica convenientemente con fotos y grandes plastas a colores que casi chorrean sangre y empachan del puro morbo.
Pero un crimen que alcanza publicidad estatal, nacional o internacional, se convierte en un hecho político que cuestiona en primera instancia al gobierno y cuya resolución lo va a calificar. Un culpable es entonces necesario y la necesidad es tal, que a las sociedades poco exigentes en cuestiones de claridad no les importa si éste corresponde en efecto al asesino intelectual, de facto, cómplice o bien se trata de una simple ejemplificación de esa categoría recurrente y útil del chivo expiatorio.
En Arrico, está última vía de la resolución de crímenes es muy socorrida, posee en verdad sus ventajas, es en principio y sin lugar a dudas menos costosa, y responde de inmediato al clamor público y a su exigencia de hallazgos a toda costa. Es, en suma, bastante más expedita que el seguimiento en forma de una investigación y sino fuera por el detalle de la justicia…
…sobre todo la reiteración de los delitos por un culpable que se supone tras las rejas y en la imposibilidad de reincidir
…sino fuera por ese problemilla de lógica, el sistema policial arricano se contaría entre los más eficientes.
Entretiempos y para el sosiego de quienes echan mano de esos procedimientos se debe de reconocer que la memoria de los lectores es muy corta. De manera que una semana después y ya no se digan dos o tres, no hay quién se acuerde. Y es como si el crimen no hubiera acaecido, y el lector escandalizado de hace días regresara a su estado primero, listo para recibir nuevas impresiones y conmoverse ante la suerte de otras victimas, más recientes y novedosas. Al respecto, hay quién piensa que hágase lo que se haga será siempre demasiado, y que es trabajo de sobra esa lotería de inocentes a culpables para la satisfacción y tranquilidad de una sociedad amnésica, cuando basta con alargar la investigación para que se olvide había una en curso.
Yo, lector medio, vivía quizás un poco retraída de las noticias gore y sus reproducciones gráficas, sin que haya ningún mérito de mi lado salvo una repulsión instintiva al color rojo hemoglobina o catsup , satisfaciéndome por lo demás de los casos policíacos resueltos a la caxilense y notando a penas la continuación de crímenes en las calles por las que ya había un inculpado por anticipación en la cárcel. Hasta que en una novela de principios del siglo, un autor caxilense, hallé, narraba una serie de asesinatos explicando el mecanismo de su resolución, que aclara "no tiene ninguna referencia con hechos o personas reales", pero resulta tan convicente como para raspar la retina y los sesos y fungir de interpretación para las relaciones entre crimen-policía-política-prensa e inculpados en mi linda patria, se trata de:
Con un ojo abierto que mira necio el cielo, y moscas, muchas moscas.
Se dice que las bocas de las víctimas reclaman, yo creo que el acto de violencia las dejo mudas y toda su expresividad proviene del rictus; y que es la conciencia o sus residuos, la que molesta al espectador.
Algo parece no estar bien y una comezón recorre al ente social, y se vocea en la prensa en las denominadas notas rojas, que para la satisfacción del público lector se salpica convenientemente con fotos y grandes plastas a colores que casi chorrean sangre y empachan del puro morbo.
Pero un crimen que alcanza publicidad estatal, nacional o internacional, se convierte en un hecho político que cuestiona en primera instancia al gobierno y cuya resolución lo va a calificar. Un culpable es entonces necesario y la necesidad es tal, que a las sociedades poco exigentes en cuestiones de claridad no les importa si éste corresponde en efecto al asesino intelectual, de facto, cómplice o bien se trata de una simple ejemplificación de esa categoría recurrente y útil del chivo expiatorio.
En Arrico, está última vía de la resolución de crímenes es muy socorrida, posee en verdad sus ventajas, es en principio y sin lugar a dudas menos costosa, y responde de inmediato al clamor público y a su exigencia de hallazgos a toda costa. Es, en suma, bastante más expedita que el seguimiento en forma de una investigación y sino fuera por el detalle de la justicia…
…sobre todo la reiteración de los delitos por un culpable que se supone tras las rejas y en la imposibilidad de reincidir
…sino fuera por ese problemilla de lógica, el sistema policial arricano se contaría entre los más eficientes.
Entretiempos y para el sosiego de quienes echan mano de esos procedimientos se debe de reconocer que la memoria de los lectores es muy corta. De manera que una semana después y ya no se digan dos o tres, no hay quién se acuerde. Y es como si el crimen no hubiera acaecido, y el lector escandalizado de hace días regresara a su estado primero, listo para recibir nuevas impresiones y conmoverse ante la suerte de otras victimas, más recientes y novedosas. Al respecto, hay quién piensa que hágase lo que se haga será siempre demasiado, y que es trabajo de sobra esa lotería de inocentes a culpables para la satisfacción y tranquilidad de una sociedad amnésica, cuando basta con alargar la investigación para que se olvide había una en curso.
Yo, lector medio, vivía quizás un poco retraída de las noticias gore y sus reproducciones gráficas, sin que haya ningún mérito de mi lado salvo una repulsión instintiva al color rojo hemoglobina o catsup , satisfaciéndome por lo demás de los casos policíacos resueltos a la caxilense y notando a penas la continuación de crímenes en las calles por las que ya había un inculpado por anticipación en la cárcel. Hasta que en una novela de principios del siglo, un autor caxilense, hallé, narraba una serie de asesinatos explicando el mecanismo de su resolución, que aclara "no tiene ninguna referencia con hechos o personas reales", pero resulta tan convicente como para raspar la retina y los sesos y fungir de interpretación para las relaciones entre crimen-policía-política-prensa e inculpados en mi linda patria, se trata de:
"Los peores minutos" de Martín Solares.
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