Catorce
Tocaron a la puerta.
Era Gobernación, cinco hombres con sus identidades.
La mujer miró a Juan y él la besó sin que tuvieran tiempo para más, ni para el atado de ropa, desayuno o cantimplora. Lo habían hablado muchas veces, la posibilidad del arresto; pero acaso no es humano conservar la esperanza y Marta la atesoró, por eso cuando llegaron se quedo inmóvil y como su esposo veía se le agolpaba el dolor en los ojos y ya le escurrían, la abrazó, antes de empujarla tras el umbral y salirse sin abrigo y con prisa, para que no la vieran y se fuera a comentar que su mujer lloró mientras lo arrestaban.
Venían en una camioneta sin placas, y arriba en el cuarto piso tras las cortinas delgadas un rostro femenino intentaba mirar con todas sus fuerzas, grabarse la figura de su marido y no podía, siluetas obscuras se le atravesaban, los inevitables curiosos alrededor de la camioneta y luego fue el vidrio polarizado y finalmente las lágrimas espesas. Y cuando creyó lo había captado, halló miraba un punto vacío sobre la acera. Entonces abrió la boca y sacó un llanto animal, una especie de bramido que se fue rampante a recorrer una por una cada pieza, hasta los rincones y recovecos de aquel departamento en el que estaba sola.
Teléfono. No, teléfono no.
Decían que hacer públicas las detenciones era contraproducente y que para los familiares lo mejor era siempre esperar, unos días por lo menos, a que quizá lo liberaran y la reprensión se limitara al susto. Por lo pronto era necesario recuperar un simulacro de calma, algo de voz y claridad; percibió entonces era de noche. ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿A dónde lo llevaban?
La pregunta era inadecuada, lo supo de inmediato porque sus ojos cansados que ya no podían más de lo ardidos y secos, se negaron a lubricarse y le dejaron la pena hecha un nudo en alguna parte del pecho.
“Sol, sol, sol, amarillo, verde, luz.” Pensó veloz e inútilmente pues en ese estadio cualquier palabra conllevaba una asociación a Juan, a la vida con su esposo. Mas su ser se rebeló contra la tentación de un flash-back, ese complacerse en la rememoración de momentos luminosos precisamente cuando tocaba a la infelicidad, pues una visión le vislumbró el peligro de la locura en ese dejarse llevar allí y entonces por recuerdos amenos. Y ella que nunca había sido deportista, no encontró más alivio que ejercitar los músculos al echarse a correr a través el amplio departamento, abriendo y cerrando las puertas, al tiempo que le escurría de la cara ya no sabía qué.
Alguien la despertó temprano, el rumor familiar y discreto del ave doméstica. Había dormido vestida sobre la cama o quizás sobre un sillón y cojines en la sala.
Canario, no tenía otro nombre, la miró con sus ojillos cortantes de obsidiana, estaba hambriento y le mordió el dedo. El pellizco era insignificante, la dañó sin embargo en tanto le trajo a la memoria el arresto, en la cruel brevedad de un instante. Y Marta se desfiguró el rostro en una mueca sin lograr pronunciar el nombre de su esposo, enseguida creyó decir “pensemos”, mientras se sentía en la perfecta imposibilidad de hacerlo. Las horas tampoco transcurrieron a su costumbre, eran plastas viscosas que robaban oxigeno y volvían el aire irrespirable en su mayor parte. Las manecillas andaban lentas y a saltos, de hecho, le pareció pasaron de las seis al medio día sin ninguna transición. A esa hora pensó: “hay que comer” y le sirvió evitando su pico y uñas, alpiste a Canario. Y cuando llegó la noche, se le anegaron los párpados con agua abundante, en paralelo y siguiendo la mecánica con la que, en el crepúsculo y al llamado de la luna, sube la marea.
Esa noche no durmió de la sed y también porque se rehusaba a soñar, por lo que se la pasó la mente por así decirlo en blanco y con exactitud en pardo, observando las sombras que se descolgaban inertes de cortinas y armarios.
A la mañana siguiente retumbó el timbre de la entrada y el pájaro cantó en su jaula.
Era Gobernación, los cinco mismos hombres con sus identidades.
Marta pudo articular “un momento” y regreso con Canario y una provisión breve de alpiste; preparada. Era un albur. Ignoraba si venían también por ella o eran sólo portadores de un aviso, bueno o malo.
- Marta Lascante.
- Sí.
- Le traemos a su esposo, liberado ayer 14 de febrero.
Era Gobernación, cinco hombres con sus identidades.
La mujer miró a Juan y él la besó sin que tuvieran tiempo para más, ni para el atado de ropa, desayuno o cantimplora. Lo habían hablado muchas veces, la posibilidad del arresto; pero acaso no es humano conservar la esperanza y Marta la atesoró, por eso cuando llegaron se quedo inmóvil y como su esposo veía se le agolpaba el dolor en los ojos y ya le escurrían, la abrazó, antes de empujarla tras el umbral y salirse sin abrigo y con prisa, para que no la vieran y se fuera a comentar que su mujer lloró mientras lo arrestaban.
Venían en una camioneta sin placas, y arriba en el cuarto piso tras las cortinas delgadas un rostro femenino intentaba mirar con todas sus fuerzas, grabarse la figura de su marido y no podía, siluetas obscuras se le atravesaban, los inevitables curiosos alrededor de la camioneta y luego fue el vidrio polarizado y finalmente las lágrimas espesas. Y cuando creyó lo había captado, halló miraba un punto vacío sobre la acera. Entonces abrió la boca y sacó un llanto animal, una especie de bramido que se fue rampante a recorrer una por una cada pieza, hasta los rincones y recovecos de aquel departamento en el que estaba sola.
Teléfono. No, teléfono no.
Decían que hacer públicas las detenciones era contraproducente y que para los familiares lo mejor era siempre esperar, unos días por lo menos, a que quizá lo liberaran y la reprensión se limitara al susto. Por lo pronto era necesario recuperar un simulacro de calma, algo de voz y claridad; percibió entonces era de noche. ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿A dónde lo llevaban?
La pregunta era inadecuada, lo supo de inmediato porque sus ojos cansados que ya no podían más de lo ardidos y secos, se negaron a lubricarse y le dejaron la pena hecha un nudo en alguna parte del pecho.
“Sol, sol, sol, amarillo, verde, luz.” Pensó veloz e inútilmente pues en ese estadio cualquier palabra conllevaba una asociación a Juan, a la vida con su esposo. Mas su ser se rebeló contra la tentación de un flash-back, ese complacerse en la rememoración de momentos luminosos precisamente cuando tocaba a la infelicidad, pues una visión le vislumbró el peligro de la locura en ese dejarse llevar allí y entonces por recuerdos amenos. Y ella que nunca había sido deportista, no encontró más alivio que ejercitar los músculos al echarse a correr a través el amplio departamento, abriendo y cerrando las puertas, al tiempo que le escurría de la cara ya no sabía qué.
Alguien la despertó temprano, el rumor familiar y discreto del ave doméstica. Había dormido vestida sobre la cama o quizás sobre un sillón y cojines en la sala.
Canario, no tenía otro nombre, la miró con sus ojillos cortantes de obsidiana, estaba hambriento y le mordió el dedo. El pellizco era insignificante, la dañó sin embargo en tanto le trajo a la memoria el arresto, en la cruel brevedad de un instante. Y Marta se desfiguró el rostro en una mueca sin lograr pronunciar el nombre de su esposo, enseguida creyó decir “pensemos”, mientras se sentía en la perfecta imposibilidad de hacerlo. Las horas tampoco transcurrieron a su costumbre, eran plastas viscosas que robaban oxigeno y volvían el aire irrespirable en su mayor parte. Las manecillas andaban lentas y a saltos, de hecho, le pareció pasaron de las seis al medio día sin ninguna transición. A esa hora pensó: “hay que comer” y le sirvió evitando su pico y uñas, alpiste a Canario. Y cuando llegó la noche, se le anegaron los párpados con agua abundante, en paralelo y siguiendo la mecánica con la que, en el crepúsculo y al llamado de la luna, sube la marea.
Esa noche no durmió de la sed y también porque se rehusaba a soñar, por lo que se la pasó la mente por así decirlo en blanco y con exactitud en pardo, observando las sombras que se descolgaban inertes de cortinas y armarios.
A la mañana siguiente retumbó el timbre de la entrada y el pájaro cantó en su jaula.
Era Gobernación, los cinco mismos hombres con sus identidades.
Marta pudo articular “un momento” y regreso con Canario y una provisión breve de alpiste; preparada. Era un albur. Ignoraba si venían también por ella o eran sólo portadores de un aviso, bueno o malo.
- Marta Lascante.
- Sí.
- Le traemos a su esposo, liberado ayer 14 de febrero.
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