Bomba
En la calle, sobre la acera, apoyada al muro sucio de orines de perro, una valija. Los paquetes, y en particular las maletas sin dueño, desde hace dos décadas son susceptibles de explotar. En el aeropuerto habrá un par de años presencié como destruían una. La de este día, llamó para su atención un camión entero de bomberos sin sirena, que clausuró la calle con cinta plástica. Los mirones -y nunca es tarde para descubrirse esa vocación- nos aglutinamos tras la barrera un buen rato, el suficiente para haber presenciado, por lo menos, cinco explosiones. Pues los bomberos a pesar de la raíz compartida del nombre, bajan gatos de los árboles, socorren personas, y conocen, en breve, los misterios de los chorros de agua, arena y espuma para apagar el fuego; pero en cuanto a desactivar explosivos, su método opta visiblemente por iniciar la deflagración, quizá afín de mejor controlarla después.
Alrededor de la maleta: el vacío y un joven bombero aproximándose sin otro utensilio que una barra metálica con un gancho al borde. Mientras la vecindad observa de sus ventanas, volcada fuera de restaurantes y panaderías, a la expectativa. Sobra decir que ese tubo metálico no tiene facha de profesional y que de estallar una bomba, el hermoso casco dorado de su desactivador no le serviría de nada, y que gente llega en sentido opuesto -pues Seguridad olvidó sellar la calle por el otro extremo-, y que los curiosos -acodados a 5, 10 y 15 metros como desde palcos en sus casas- están en condiciones de volar hechos añicos, al igual que nosotros a 20, estacionados sobre la acera, algunos con la taza de café en la mano, comentando:
- Miren que mueve la maleta
- de lejos
- de cerca
- con la mano
- la sopesa
-… ¡ah! sacude
- ¡ah! no explota.
- ¡qué pena!
- ¿eh?
- y la abre…
- y rompe y desguaza
… Y salta con los pies juntos adentro, afín de dejar bien claro que no hay –porque, en realidad, nunca hubo- peligro.
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