Boule de suif
Los rasgos se pierden en la grasa, los mofletes escurren de las sienes al emplazamiento del cuello (no hay cuello); y la gordura, de los hombros a las ancas globalizantes (unas ancas que arramblan la tierra). Caxilo posee un ministro para la dirección de su hacienda que es una abundancia y una contradicción. La canasta básica: el maíz, pan, pasta, fríjol y arroz que mal llena los estómagos de la mayoría aumenta. Los de salarios disminuidos comerán menos, mientras la panza insultante y en traje del ministro holla el espacio.
Nadie dirá: apriétense los cinturones, el titular no se los apretará.
Pero, hay gordos memorables y el sebo no siempre ahoga las neuronas: Balzac estaba inmenso, aunque no tanto. El Nuevo Mundo logra, en definitiva, prodigios de obesidad.
Consideremos antes de juzgar las razones que arguye para el aumento, quizá un cuerpo como mar de adiposo hasta favorece el cerebro.
Tres elementos: petróleo (1), interpretación liberal de la inflación (2) y nuestra famosa canasta básica de la papa (3), que se come (3), que se hubiera comido (3), sin antojos. Papa, no jamón. Pasta, no carne. Tortilla y arroz, con suerte, arroz.
La inflación es, a la base, el aumento del circulante, del dinero, privilegio exclusivo del Estado que lo emite. En general para el pago de sus funcionarios, pero también se ha dado para la simple creación de empleos y no automáticamente con malos resultados. El escollo está en la especulación de los precios (la inflación (2) en sus efectos negativos). Por la mala fama muy merecida del comerciante. ¿Por qué, en efecto, no aprovechar la conyuntura y hacer un margen de ganancia duplicado? Y puesto que el funcionario se auto atribuye sueldos de lujo, ¿no brindarse uno mismo una plusvalía equivalente? Un aumento en previsión de las mercancías en estantería, previendo que el dinero valdrá menos.
Maniobra eficaz que vuelve realidad los pronósticos: el dinero valdrá menos. Aquí el ministro de los 150 kilos apuesta por el control, con el problema de siempre, sin embargo, una apuesta sin medidas para evitarlo. ¿Cómo se llevara a cabo ese control? Vacío, control retórico y ¡viva la inflación en sus efectos negativos!
No, nos apretemos el cinturón, el ministro de economía no se lo apretará. Los pantalones se les caerán a los con poco salario y a los hombres de la tierra: los que sólo la saben trabajar, y que se la coman.
¿El sebo asfixió las neuronas? Y los ojos imposibilitados tras los cachetes como glúteos del ministro son incapaces de percibir que aquellos mismos teóricos (2) que exigen el abandono del campo, no aplican en su patria, lo que con tanto ahínco promueven para las ajenas.
O bien, ¿son los entre 5 y 50 centímetros de grasa que lo separan desde su doctorado del exterior los que le clausuraron para siempre el contacto con la realidad?
Un forro aislante: la Escuela a la calca de Chicago.
Pero volvamos a los cinturones que no se aprietan.
Apretarse el cinturón, una dieta para adelgazar la teoría, afín de tocar con una pestaña la realidad. Al individuo que comerá 10 tortillas en lugar de 15. Al hambre. Ministro de economía: A dieta, al hambre artificial. No vaya a ser que en el contexto de liberalismo salvaje y de sálvese quién pueda, lo confundan con un cerdo y se lo almuercen, por mera equivocación y sin lesa humanidad, o en nombre de aquella otra: la hambruna.
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