miércoles, diciembre 05, 2007

Vacaciones inglesas

Me tocó agua, viento y una sospecha de sol en mi visita. Inició con un chaparrón de bienvenida cuando corríamos al sombrerero que cerraba en media hora. Sobre anaqueles: un mundo de boinas, fieltros, panamas y chisteras. Y en una vitrina: un gato viejo, centenario, cubierto de polvo como el dueño, un hombre con bigotes ralos como el gato al que había terminado por parecerse de tanto convivir con la mascota disecada en aquel interior de botica entre muros con gavetas de los que habría podido sacar cualquier cosa, conejo o cráneo. Allí compré el regalo de mi padre.

El día siguiente sería de museo, pero fue sobre todo de viento. Uno que mientras caminaba se mezcló promiscuamente con la lluvia, volteó los paraguas, se pegó contra la cara y jalando las mejillas nos deformó los rostros a los peatones que ya andábamos como gárgolas, escupiendo agua. Entonces es uno: puro cuerpo y sensación de frío. Los zapatos y pantalones entre húmedos y mojados, con el abrigo de lana oliendo a oveja calada. Y no importa que se vaya a ver obras mayores del genio humano, se llega con los músculos en carretera de escalofríos, para toparse a la entrada con una escultura descomunal de araña: ocho patas gigantescas con vientre. A lado de la cual se es minúsculo: con nuestras vértebras encogidas igual que las articulaciones del insecto, y ganas de reptar hasta la cafetería a recalentarse con un té el pecho, mientras bajo el paraguas y sobre el hormigonado se acumula un charco. Pues el prestigioso museo Tate hace ostentación de su contemporaneidad con el uso al desnudo de sus materiales: suelo de cemento, paredes de cemento y techo en lámina, lujurioso.

Sin embargo, prefiero las galerías cuyas salas no semejan bodegas, al menos durante el invierno. Y el lunes con un sol blanco, pocas nubes y aun viento, fue de una intimidad victoriana en una inmersión al actual puritanismo británico con motivo del pintor Sickert. A quien se acusó recientemente de asesino, décadas después de su muerte, porque se le ocurrió titular unas obras a partir del caso no resuelto del homicidio de una prostituta. La autora de la teoría afirma él es el culpable, pues habitó a la par que miles de londinenses en el mismo barrio ; y tan cree en eso que nada disminuye su convicción, ni siquiera el hecho de que al momento del crimen viviera el artista en Francia. Mas a despecho de quienes concurren a la exposición atraídos por el morbo de la serie “Asesinato en Camden”, los cuatro lienzos con ese nombre no lucen una sola gota de sangre pictórica. Son desnudos de mujeres en habitaciones pobres, sobre la cama, exponiendo su carne exuberante de servidoras sexuales. Y toda la culpabilidad de Sickert parece residir en que siendo de la misma nacionalidad que Cromwell -famoso guardián de la virtud pública y que en su celo prohibió la música y danza por pecaminosas-, se atreviera a pintar mujeres del muy común en su atuendo de trabajo -o falta de él- olvidando era inglés.

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