lunes, octubre 22, 2007

Con estilo

Se supone me muera en los brazos de él. Él es Calisto, cuentista, amigo y actor amateur. Morirse no es fácil. En mi primer intento no me atreví, y me quede acusadoramente en vida con los brazos a medio extender, oyendo y asintiendo a las merecidas desaprobaciones del elenco. El segundo intento fue otro fracaso: avancé unos pasos y ya a punto de enlazarnos, frené como un fantoche, enmedio. Al tercero, me hicieron a un lado.
Sandra, profesora de liceo
, me enseñaría. El director observaba. Y es cierto que se lanzó, se abrazaron y allí mismo se murió ella, de pronto, en masa inerte, un verdadero saco de papas desparramándose con su contenido de tubérculos por el suelo, mientras yo me desorbitaba los ojos para aprender cada movimiento.

Pero, no: morirse no es fácil. Así, tampoco era. A nuestro director le resultó demasiado telenovelesco. Había estudiado en Moscú y prefería la actuación del tipo interiorizada, vaya, la escuela rusa. Y esa era la razón por la que nos había elegido a nosotros como sus personajes. Sólo después de identificar determinadas vivencias en nuestros cuentos, de los que era un lector ocasional. Según sus premisas, para representar un papel, había que contabilizar un recuerdo personal que saldría a flote en la caracterización del personaje afín. En cuanto a la multitud de agonizantes y desfallecidos en la obra, la explicación radicaba en que con ella se iba a celebrar el Día de Muertos, en un pequeño auditorio local.

Continué ensayando. Había que aguardar hasta el “crescendo”, un acompañamiento musical idóneo de cementerio donde las notas ululantes se apelmazan paulatinas, y sobre todo esperar. Esperar para abrazar y desplomarse, el "rumor de las hojas muertas". La oreja tensa, oí como la música se henchía y aunque abracé a Calisto en el buen instante, lo hice con tal cuidado y, en breve, me morí con tanta precaución, que las críticas me llovieron tupidas:

¿Acaso, no me había yo nunca muerto antes? No, bueno, que me lo imaginara. En principio, abrazar y caerse sin miedo: Me sostendrían. Y, ¿si no? Si no, un chichón, que visto con objetividad y para alguien que precisamente acababa de morirse no era nada.

Tercer ensayo y por fin supe cómo me muero. Con elegancia, merced a las útiles indicaciones de dos compañeros: La música ulula entre cruces postizas, la hojarasca húmeda se pega a los zapatos. Yo lo veo, él estaba allí, y sin correr –me han dicho de no hacerlo- nos encontramos, para caerle yo enseguida con todos mis kilos en los brazos, mientras él gira despacio y me coloca al ras de la tierra en humana hoja muerta -y, con suerte, sin tropiezos.

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Felicidades! Sigue escribiendo! Me encantan tus cuentos.

8:34 p.m.  

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