Con estilo
Sandra, profesora de liceo, me enseñaría. El director observaba. Y es cierto que se lanzó, se abrazaron y allí mismo se murió ella, de pronto, en masa inerte, un verdadero saco de papas desparramándose con su contenido de tubérculos por el suelo, mientras yo me desorbitaba los ojos para aprender cada movimiento.
Pero, no: morirse no es fácil. Así, tampoco era. A nuestro director le resultó demasiado telenovelesco. Había estudiado en Moscú y prefería la actuación del tipo interiorizada, vaya, la escuela rusa. Y esa era la razón por la que nos había elegido a nosotros como sus personajes. Sólo después de identificar determinadas vivencias en nuestros cuentos, de los que era un lector ocasional. Según sus premisas, para representar un papel, había que contabilizar un recuerdo personal que saldría a flote en la caracterización del personaje afín. En cuanto a la multitud de agonizantes y desfallecidos en la obra, la explicación radicaba en que con ella se iba a celebrar el Día de Muertos, en un pequeño auditorio local.
Tercer ensayo y por fin supe cómo me muero. Con elegancia, merced a las útiles indicaciones de dos compañeros: La música ulula entre cruces postizas, la hojarasca húmeda se pega a los zapatos. Yo lo veo, él estaba allí, y sin correr –me han dicho de no hacerlo- nos encontramos, para caerle yo enseguida con todos mis kilos en los brazos, mientras él gira despacio y me coloca al ras de la tierra en humana hoja muerta -y, con suerte, sin tropiezos.
1 Comments:
Felicidades! Sigue escribiendo! Me encantan tus cuentos.
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