jueves, diciembre 13, 2007

Decálogo en ejercicio de aplicación

Desde el periférico Nuevo Mundo, bagatela del 75% de los hispanoparlantes, en comentario a la “Supervivencia de la novela” publicada por el metropolitano Verdú.


Yo, señores, soy la novelista del futuro que no debe de tomar en cuenta el exterior, por la simple y sencilla razón de que ya existen demasiados géneros, artes y ciencias que lo describen y por lo visto –me conozco- nada podré decir de nuevo; y, ¿qué quieren? a causa de resabios románticos persistentes: insisto en la originalidad.

Pues este género narrativo tiene el firme propósito de ser intrascendental, y no dar ninguna relectura del mundo que valga la pena, y afín de evitar hasta la chispa que aun al burdo se le escapa en una frase inesperada, perdida en el mamotreto de su obra. Limitaré los riesgos hablando únicamente de mí y como si me conociera. Por una traslación de la omnisciencia insoportable de los escritores del XIX, del objeto anterior de interés: la sociedad; al objeto postmoderno: un individuo, el yo inteligente que cuenta sus experiencias desde la perspectiva envidiable de su ombligo y haciendo abstracción de los ajenos.

Siempre en la primera persona del singular, cuyas bondades no se han suficientemente enumerado, en principio, con la confusión a la que invita al lector desprevenido: a asumir el personaje y opiniones del narrador. En la fraterna promiscuidad verbal de un vuelto yo el tiempo de la lectura.

Insisto también en la vanidad de montar personajes diferentes a uno mismo y situarlos en otras épocas y condiciones, en parte recreadas con ayuda de la fantasía e intuición. Está claro es cosa del pasado, y si algo le falló por ejemplo a Flaubert en su Bovary, fue: no ser mujer y poder recurrir al yo sin mentir.

Por lo demás, reto a mis críticos a fijarse un grado de exigencia similar al mío: sin otros referentes que un yo mudable y, por ende, en la perfecta imposibilidad de atenerme a una sola historia, en una escritura al día que olvida deliberadamente la de ayer, con tal de que sobreviva la novela aun en el Nuevo Mundo.

Y para terminar no hablaré del humor irónico que me permití en este ejercicio como del uso perruno del lenguaje. De kynikos que dio el ateniense y, a mucha honra, cínico perro Diógenes. Y aunque hablé en yo, tomo desde ya en consideración su sensibilidad y no los invitó a identificarse conmigo,

Aequis

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Me parece una elección de lo más acertada.
De hecho, a veces pienso que nos harían falta más relatos en primera persona.

1:11 p.m.  

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