Catoblepas
Tengo unos dientes horribles. Pequeños y adelgazándose, transparentes, con bordes quebradizos. De una fragilidad propicia a las caries. Catoblepas. Precisamente ahora cuando querría. Y no porque ande yo besando a cualquiera -al contrario-, mas hoy que se me antojaba. Catoblepas.
Por culpa de dos caries: no puedo. Mejor quedarse en la duda y no preguntar:
Quién me querría lo suficiente. Catoblepas.
Los agujeros en el esmalte supuran, uno hasta la encía. La sangre se mezcla a la podredumbre.
Y mientras trago saliva, a mí cada sorbo me sabe a veneno.
Mejor ni preguntar.
Catoblepas es un animal contra el cual Plinio fue injusto, atribuyéndole medio chícharo de cerebro para un cráneo inmenso. Caminaba como la escritura de izquierda a derecha, o en ideograma al revés; nunca en ambas direcciones. Científicos del 1700 afirmaron se trataba de un engendro del obelisco con el ñu africano. O sea, de un animal imaginario. Borges, dos siglos después, lo cataloga aún así.
Catoblepas tiene la apariencia de un búfalo pequeño. Flaubert sitúa su hábitat en lodazales, confundiéndolo -es clarísimo- con el hipopótamo. Pues nuestra bestia jamás habría sobrevivido en pantanos a causa de su cabeza: un verdadero plomo al extremo de un cuello incapaz, colgándole casi inerte hasta las pezuñas y suelo. De manera que con el hocico sumergido en el fango, seguro se habría ahogado. Vive, si vive, en un ambiente seco.
Y viene a cuento, porque el pobre tampoco podría besar. No sólo por no contar con labios -detalle harto indispensable. Sino porque carga como sus antecesores un veneno.
Las caries, me parece, producen también uno en los dientes.
El Catoblepas tiene ponzoña hasta para matar.
Y… pero: ¿yo?... con mis ganas de besar?
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