Conquista, una semántica
Cualquier pueblo ha padecido invasiones o por lo menos el intento fallido de una, y esa apropiación, efectiva o no, es una marca innegable del valor de su territorio, recursos o habitantes; al punto, que puede resultar insultante el no haber sufrido ni una.
Querría decir, en efecto, que el espacio es bueno sólo para quiénes lo ocupan y absolutamente indeseable para el resto, una constatación grosera y sin apelación de su total ausencia de riqueza; o bien, peor aun, la demostracion de la irrecuperabilidad de sus nativos para un proyecto social más amplio.
A los arricanos, en cambio, y antes de ellos a los diferentes pobladores del actual territorio de la República Teredal, ha quedado muy claro lo envidiable y apetitoso que para el extraño es su tierra, habiendo sufrido no una invasión sino muchas. La principal, pero no última, ubicándose medio milenio atrás y fue aquélla que dio origen al pueblo caxilense como tal: una mezcla humana entre invasores e invadidos en un verdadero cóctel étnico; con la implantación de una lengua, el español, y una cultura de corte occidental que en esos obscuros siglos utilizaba un discurso monotemático y de orden metafísico: el de por la salvación.
Querría decir, en efecto, que el espacio es bueno sólo para quiénes lo ocupan y absolutamente indeseable para el resto, una constatación grosera y sin apelación de su total ausencia de riqueza; o bien, peor aun, la demostracion de la irrecuperabilidad de sus nativos para un proyecto social más amplio.
A los arricanos, en cambio, y antes de ellos a los diferentes pobladores del actual territorio de la República Teredal, ha quedado muy claro lo envidiable y apetitoso que para el extraño es su tierra, habiendo sufrido no una invasión sino muchas. La principal, pero no última, ubicándose medio milenio atrás y fue aquélla que dio origen al pueblo caxilense como tal: una mezcla humana entre invasores e invadidos en un verdadero cóctel étnico; con la implantación de una lengua, el español, y una cultura de corte occidental que en esos obscuros siglos utilizaba un discurso monotemático y de orden metafísico: el de por la salvación.
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