navidad monocroma
En las fechas alegres por ley, habrá siempre quién se constituya voluntaria y altruistamente en la excepción con el único propósito de confirmarla.
En 2047, la Navidad, cuyo origen y etimología son para la gran masa un misterio, funge como sinónimo para las primeras vacaciones de invierno, es la época del año feliz por excelencia y las excepciones al contento general, se encuentran aquí y allá, escasas y facilísimas de ubicar: puntos obscuros entre la gente normal que viste de rojo. Porque en Caxilo, en Arrico y en el mundo entero, desde hace por lo menos una generación todos traen, en diciembre, ropas de ese color; afín quizá de no desentonar con la decoración ambiente -las luces centellantes, las esferas y listones carmesi de calles, hogares o comercios- y en visible armonía con nuestro símbolo navideño: el rojizo y monocromático Santaclos, añoso señor en traje de peluche. Una figura que -dicen los tristes- sería ridícula sino fuera por nuestros ojos ya acostumbrados a verla, pues: ¿A quién, a qué partidario de lo kitsch y en cuál momento, se le ocurrió disfrazar a un anciano de duende ventripotente o arlequín colorado? Al respecto, se rumora que por los días actuales que corren, en los que muy poco queda por darse en concesión, avispados mercadotecnicistas habrían contactado a un San Nicolás de Alejandría- un hombre ignaro en negocios y carente también de cualquier intuición comercial-, quién les habría cedido los derechos a su imagen, tras breve charla y a cambio de los juguetes más económicos. Y que por lo tanto nadie debe de quejarse si multinacional o multinacionales, y los consumidores a la zaga, deciden imaginarse al antiguo obispo con risa que espanta, tez entre de apopléjico y briago, y botas lustrosas de charol.
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