lo universal de la universidad
El imponente anfiteatro de butacas en roble, recibe a los estudiantes a las 12 -hora canónica de comer- para la también imponente cátedra de filosofía política.
El alumno llega, se sienta e intenta con todas sus fuerzas recordar lo visto hace una semana. Inútilmente, la memoria no es lo que era. De manera que, a falta de refrescarse el intelecto, se limita a abrir su cuaderno y airea las hojas.
Entrando por una puerta disimulada, el profesor ante al micrófono es la institución -en saco y corbata- que inicia sin aviso previo. Los alumnos en los pupitres por hileras ascendentes hasta el muro opuesto, tomados pues de improviso, apuntan con furia.
Se trata de Kant, pero ¿de cuál?
¿El de las Disertaciones? ¿el de la Carta a Markus Herz? o ¿el de La Razón Pura? Depende, a veces de un minuto al siguiente cambia. El catedrático, en efecto, viaja con soltura del uno al otro, en una genealogía de las ideas, con un gusto de virtuoso, como pez en el agua.
Glup y nos suelta en las Disertaciones, Glup y en plena razón pragmática impura… Glu glup: de cabeza sobre la Estética… A la media hora, resulta obvio que pocos le siguen. Glu glu, agua y siempre más agua, como por ejemplo durante la descripción de las polémicas actuales.
A la hora exacta su auditorio ya naufragó. El profesor puede seguir nadando, asidos a sus bancos -algo por fin concreto- los estudiantes en filo padecen. Las frases pasan, podrían ser ovnis, es todo lo que no entra.
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