taller
Dicen que la poesía se siente, que pone los pelos de punta, y si se ha de extender esa propiedad al propietario, los poetas suelen poner los pelos en punta y los dientes a chirriar en ciertos interlocutores sensibles. Por eso nada tiene de sorprendente que a las dos maestras se les encrespara el pellejo con sólo percibir que abría la boca. Y sin embargo no hablo versos, de hecho, la boca la abrí porque hacían preguntas. Aunque si hubiera puesto atención habría constatado que las preguntas eran retóricas.
Al taller me inscribí claro para leer mis textos, por desgracia pequé allí ominosamente en contra del segundo término del nombre de la asignatura:
taller de creación poética
contra el creación, vaya. El creación implica todavía no escritos: nunca llegar con su folder.
Tache pues, dos veces tache.
El tercer tache (pues a él llegué y aún al cuarto y quinto) fue cuando intenté plegarme al tema impuesto. Por mencionar uno: la vejez en un soneto.
¡Pucha!
¡al límite! en el sentido en que lo alcanzara hace días en clases frente al concepto de conejez o conejitud de Quine (filósofo analítico), y los conejos que se saca de la caja negra de la mente como de un sombrero:
¡Gavagai!
o
(la razón al galope sobre un cabello blanco)
- Profesor, ¿no tiene un ejemplo menos jalado de los pelos que un conejo?
- ¿preferiría que hablemos de orejas? Veamos, ¿remite la conejez a un conejo entero o únicamente a sus orejas?
Mi poema sobre la vejez (el formato soneto ido a volar) acabó en que le cambié el título a un poema anterior siguiendo el principio de:
lo viejo que todos traen dentro
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home