ad personam
En un día de discusión
Antes de que la persona en el estrado abriera siquiera la boca
y se le pudiera percibir como
ente autónomo y emisor de una serie de frases idealmente portadoras de un sentido y en dirección tanto de un fin como de un auditorio
El público presente reunió sus voluntades dispersas y le respondió con la sílaba : NO
o acaso fue sólo la impresión de reunión de voluntades provocada por la explosión unísona
El auditorio le respondió pues: NO -------así
como si fuera una cuestión de verdad o mentira
sólo dilucidable entre una de las posibilidades
no o sí,
Y contestó NO a
la persona en el estrado que, sin embargo, NO se desesperó
sino que echando mano de un subterfugio retórico, hizo tiempo, se miró la punta de los zapatos, hojeó redundante sus hojas y, procedió a enfrentar, desde los resquicios de sus greñas rebeldes, al público.
Ahora que, quizá fueron a sus cabellos rebeldes a los que la gente les dijo que NO, o a la pluma fuente demasiado fuente, o a esa desconsiderada manera que tenía de apoyarse sobre un pie y mudar su peso de un costado a otro, a menos de que el verdadero motivo fueran sus gafas, porque no se las puso y, es verdad, que nunca se pudo decir que viera a la gente
nuestro orador aún NO angustiado, aunque sí probando un poquito de la ingratitud de ese sentimiento
Pensó:
estoy en trance de afirmar algo, PERO todavía NO lo afirmo
y ya me dicen que NO
Es mi culpa, ¿cómo pude olvidar la introducción? Uno no puede llegar chorreando palabras, limitémonos a los gestos, abramos en principio simplemente la boca y
Sonrió
Mas bastaron las facciones de segundo en que los músculos faciales alrededor de la boca se ponían en juego, cuando asomaba ya un diente tirando, es cierto, a amarillo, para que
El público alzara de nuevo la voz y le repusiera unánime otro: NO
NO
¿qué NO?
Bajaron y subieron las cejas bajo los cabellos electrizados del orador -greñas cuyos extremos puntiagudos le entraban en los ojos y contribuían a su ceguera o protección-, y la sonrisa entretiempos se le congeló en el rostro a manera de abierta provocación
¿NO?, estuvo a punto de preguntarles
¿NO qué?, se atrevió de repente a preguntar
¡NO!, le replicó la sala
La conjunción de los dos gritos, la suma vaya del por fin intercambio comunicativo, resultó en algo como: Kellogs
exactamente sonó a: NO keLOgs
¡Ah, por fin hablamos!
Se regodeó, en silencio, el orador
¡Cereal! ¡maíz! ¡ése era su tema!
Pero entonces otra vez, le respondieron que:
¡NO!
Me leen la mente, concluyó tras unos momentos el miope paranoico
Saben, por ejemplo, que voy a hablar
y suspiró lo que correspondía a otra forma de abrir la boca y de aseverar un discurso
por lo que obvio
que la asistencia entonó : ¡NO! ¡NO! ¡NO!, en esta ocasión con muy buen ritmo
tanto así que nuestro orador creyó estar en un estadio o guiñando los ojos hacia la falda fosca de la sierra, el semi-círculo del auditorio le producía ese efecto de
estar mirando en la madrugada hacia tierra caliente, pese a que esa tierra se levantaba para decirle que NO
Lo cual era una clara equivocación, puesto que los habitantes e idealmente la tierra pueden
decir NO
a un serrucho, al fuego, a un alcalde e, incluso, al diputado que se propone para pelarlos o representarlos
Pero él, la persona sobre el estrado, NO tenía esa pretensión
De verdad que NO, y pasó saliva
¡NO!, le respondieron
Llegado a este punto de:
Muchos NOs
el miope, que había perdido parte de su visión estudiando lógica en la escuela, se conflictúo.
Pues, para información general, un NO anula otro NO, y da un sí.
Conflicto moral, que NO digo que por falta de moralidad del auditorio, sino que por falta del ejercicio regular de auto cuestionamiento, se le tomó a mal. Sobre todo cuando le dio por dudar y cavilar y callar desconsideradamente, mientras el silencio en la sala NO cesaba de engordar.
Era en apariencia el mismo silencio que había seguido al primer NO moteado de interrupciones, y sólo variaba en su duración. Aunque a la gente sensible NO se le escapó la mutación: De ser un silencio a el silencio y, en nada, los tranquilizó los efluvios eléctricos que vieron recorrían el local. Los cuales el orador presintió y tradujo por el impulso irrefrenable de vestirse un ausente chaleco de lana.
En realidad, el silencio gordo devenía una burbuja insostenible. Y de haber traído sus gafas, la persona sobre el estrado habría podido leer la súplica por parte del público para que abriera, hiciera finta de abrir la boca, y ellos pudieran al fin desahogarse del NO arrevesado
gritándole ¡NO!
la frustrada alegría de la pseudo discusión
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