martes, septiembre 28, 2010

Unomás

Hola,

Tulio Unomás es mi nombre aunque me recuerden en el pueblo con el del ingrato Tulio, desertor de sus condiciones de vida, Señor Unomenos que abandonó a sus viejos junto con sus deudas, mandando al carajo y de un manazo no sé cuántas promesas.

Y nunca sabrán con cuánta razón. Por razón del elemento plomo que un bachiller me informó es causador de la rabia a cuenta gotas, de las migrañas y el cretinismo, lo cual pude verificar, cuando fue mi turno ponerme bajo una lluvia de plomo. Ahora que esa enfermedad cunde también en mi pueblo en su forma más leve. Le da por ejemplo a un novio o marido encelado antes de aporrear a su mujer, a las mujeres durante sus maledicencias o a un miembro de la policía o del cabildo si se olvida uno del “regalo”. Pero lo que es allá, ha tomado otras proporciones y no yerro en decir que mi viaje fue al mundo de los cretinos.

A este mundo aterriza uno siempre frente a una vía férrea -y la hierba entorno crece con rabia visiblemente intoxicada- y a lado de las vías, las dos piernas y, encima de las piernas, la persona entera de nuestro contacto la “coyote”, que nos cuenta como ganado y mientras creíamos ya ponernos en camino porque el número es exacto, vemos que no será bajo esta guía porque a la vuelta de la esquina aparecen dos cretinos de su banda que despachan a nuestra ex coyote de un mazazo y la hierba recibe sus lindas piernas y sesos y nosotros, uno que otro golpe. De golpes perdidos igual se muere y entre los Unomenos se quedó allí alguien, para demostración.

Luego fue el camión. El coyote suplente nos llevará en camión. A los camiones los odio, siempre los he odiado. En éste íbamos hacinados, oliendo a hiena, con la vejiga bajo amenaza de “si ensuciábamos” y, mientras la lluvia tamborileaba sobre el capote, sufríamos sed maldita, entonces platicábamos, una regional de la miseria: Unomenos de ambos sexos y seis nacionalidades, haciendo agua y muriéndonos de sed, las suelas gastadas, sin calcetines, el callo nuevo sobre el viejo y con todo, con nuestras mejores galas, algo para presentarse en el mercado de trabajo. Aunque la oferta nos llegó sin solicitarla.

Andábamos con la banda perdedora, eso debe de quedar claro y, si se contacta a un coyote en el pueblo, es necesario informarse de los golpes dados aquí al narcotráfico. En ese momento estaban en plenas represalias en su contra y ni siquiera se tomaron la pena de pedir rescate por nosotros. Nos bajaron y pusieron contra la pared. Se trataba de arruinarle esa rama a la banda concurrente ahora que andaba con las de perder: la rama de los Unomenos, de la transmigración, rama del contrabando de personas muy emparentada con la del secuestro local, por cierto que uña y carne con las ramas de la extorsión y putería, que se arraigan a su vez en la del narcotráfico, y así hasta cubrir el repertorio completo de las economías subterráneas.

¡Y nosotros de una mansedumbre! -cual es por lo general sano tener ante el plomo, la enfermedad del plomo, y aquellos cretinos estaban infestados.

Se nos unen o los mato.

Como padecíamos privación de libertad, conservaré siempre mis dudas respecto a la sinceridad de su oferta de trabajo, dirigida a Señoras, Señores y Señoritas en manojos de a cuatro, fraternalmente agarrados de las manos y, para mayor seguridad, con unas cuerdas, a quienes se nos preguntó si queríamos ser sicarios y que nos pagarían bien –o quizás esa parte la imaginamos- y, para que fuéramos justos, estábamos también ciegos con los ojos vendados.

Luego nos llovió sobre mojado: Plomo.

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