jueves, marzo 12, 2020

Cuando el silencio se convierte en acto de irresponsabilidad. Pandemia Covid 19


Testimonio del Dr Daniele Macchini, médico de la clínica “Humanitas Gavazzeni” en Lombardía, Italia.
“…Intentaré trasmitir a las personas que no son del sector médico y a las que se encuentran lejos del epicentro de la epidemia, lo que vivimos en Bérgamo estos días de pandemia Covid-19.
Entiendo la necesidad de evitar el pánico, pero cuando el mensaje sobre la peligrosidad de lo que nos sucede no llega a las personas y oigo como se burlan de las recomendaciones y la gente sigue reuniéndose para quejarse del cierre del gimnasio o la cancelación del fut, se me pone la piel de gallina.

Entiendo también el daño económico y me preocupa. Después de la epidemia será difícil reiniciar.
Pero... considero prioritario limitar los daños sanitarios que corre todo el país y encuentro por lo menos “angustiante” que todavía no se haya ampliado la contención…

A mí mismo me sorprendió la total reorganización del hospital de hace una semana, cuando nuestro enemigo yacía todavía en la sombra: los servicios hospitalarios se vaciaron lenta y literalmente, las actividades programadas se interrumpieron, La Unidad de Terapia Intensiva se desocupó para disponer del mayor número posible de camas. Containers se instalaron frente a Urgencias para crear itinerarios diversificados y evitar eventuales contagios. Toda esta transformación trajo a los corredores del hospital una atmósfera de silencio y de vacío surrealista que todavía no entendíamos, en espera de una guerra que estaba todavía por empezar y que muchos no esperábamos llegara con la furia que llegó (abro un paréntesis: todo esto transcurrió en silencio y sin publicaciones, aunque diversos encabezados periodísticos tuvieron el coraje de informar que las clínicas privadas no se preparaban).

Todavía recuerdo mi guardia de noche de hace una semana, pasada con el ojo pelón, en espera de una llamada de Microbologia del Hospital de Sacco de Milano. Esperaba el resultado de la muestra de nuestro primer caso sospechoso, pensando en las consecuencias que tendría para nosotros y para el hospital. Ahora que lo reconsidero, me parece ridícula e injustificada mi agitación por un solo posible caso, ahora que he visto lo que está sucediendo. La situación actual es por lo menos dramática. No se me ocurre otro término. La guerra estalló y las batallas se suceden sin interrupción. Uno tras otro, los pobres desdichados se presentan en Urgencias, con complicaciones enteramente diferentes a las de la influenza. Dejemos de repetir que se trata de una mala gripe. En dos años, he aprendido que los bergamascos no vienen a Urgencias sin razón. Se comportaron también bien en esta ocasión. Siguieron todas las indicaciones: una semana o diez días con fiebre en casa sin salir ni contagiar, hasta que ya no aguantan. Porque ya no respiran lo suficiente y necesitan oxígeno.

Los tratamientos farmacológicos para este virus son pocos. La evolución de la enfermedad depende principalmente de nuestro organismo. Nosotros sólo podemos darle soporte cuando ya no puede. A decir verdad, esperamos que el organismo erradique por sí mismo el virus. Las terapias antivirales contra este virus son experimentales y a diario aprendemos sobre su comportamiento. Permanecer en el domicilio hasta que empeoran los síntomas no modifica el diagnóstico de la enfermedad. Pero ha llegado el momento en que la falta de camas cunde en toda su calamidad. Una tras otra, las salas que se vaciaron, se llenan a un ritmo impresionante. Los tableros con los nombres de los enfermos de colores diferentes según la especialidad a la que pertenecen, están de un tiempo acá todos rojos y en el lugar de la operación quirúrgica aparece el diagnóstico que es siempre el mismo: pulmonía intersticial bilateral. Ahora díganme qué otra influenza provoca una catástrofe semejante....

Porque esa es la diferencia. En la influenza clásica además de que el contagio es menor en un periodo de tiempo de muchos meses, los casos se complican con menor frecuencia: sólo cuando el virus destruyendo las barreras protectoras de nuestras vías respiratorias, permite a las bacterias normalmente residentes en las vías respiratorias superiores, invadir los bronquios y pulmones, se originan los casos más graves. El Covid 19 causa una influenza banal en muchas personas jóvenes, pero en los ancianos (aunque no exclusivamente) les provoca un verdadero SARS porque llega directo a los alveolos de los pulmones y los infecta volviéndolos incapaces de desarrollar su función. La insuficiencia respiratoria resultante es casi siempre grave y tras unos días de hospitalización, el oxígeno que se le administra al paciente no basta. Lo siento, pero a mí como médico no me tranquiliza el hecho de que la mayoría de los casos graves sean principalmente el de ancianos con patologías preexistentes. La población de la tercera edad es la de mayor representación en Italia y, es difícil encontrar a alguien de más de 65 años que no tome por lo menos una pastilla contra la hipertensión o diabetes.

Les aseguro pues que cuando veo a gente joven en terapia intensiva, entubada, boca abajo o en ECMO (máquina para los peores casos, que extrae la sangre, la oxigena y la reintroduce en el cuerpo, con la esperanza que el organismo cure sus propios pulmones), toda tranquilidad en razón de la propia juventud se desvanece. Y aunque haya todavía en las redes, personas que se vanaglorian de no tener miedo, ignorando las indicaciones, protestando porque sus hábitos de vida están “temporalmente” en crisis, la catástrofe epidemiológica continúa. Ya no hay cirujanos, urólogos, ortopedistas, somos sólo médicos que improvisadamente formamos parte de un mismo equipo para confrontar el tsunami que nos sumerge.

Los casos se multiplican, llegando a 15-20 hospitalizaciones por día por la misma causa. Los resultados de las muestras llegan uno tras otro: positivo, positivo, positivo. De repente, la sala de Urgencias está al borde del colapso. Se giran consignas de emergencia: “falta ayuda en Urgencias”. Una breve instrucción para enseñarnos cómo funciona el software de gestión de Urgencias y minutos después estamos ya abajo, codo a codo con los guerreros en el frente de guerra. La pantalla del PC con los motivos de ingreso es siempre la misma: fiebre y dificultad respiratoria, fiebre y tos, insuficiencia respiratoria, etc. Exámenes y radiología repiten la misma sentencia: pulmonitis intersticial bilateral. Todos son casos de hospitalización. Alguno ya para entubar va a terapia intensiva. Otros, sin embargo, llegan demasiado tarde. La Unidad de Terapia Intensiva está saturada aunque se sature una sala y se abran otras. Cada aparato respiratorio se vuelve como de oro. Las salas operatorias que han suspendido toda actividad no urgente, se convierten en salas de terapia intensiva que antes no existían. Se me hizo increíble (hablando al menos del Humanitas Gavazzeni donde trabajo), cómo se logró poner en marcha en tan poco tiempo un despliegue y reorganización de recursos diseñada para prepararnos a una catástrofe de esta magnitud. Cada reorganización de camas, salas, equipos, turnos y tareas se revisa diariamente en busca de brindar lo máximo y aún más si fuera posible. Las salas antes fantasmales están saturadas, el personal listo para dar lo mejor al enfermo, aunque estemos exhaustos. El personal está exhausto. He visto el agotamiento en rostros que no sabían lo que era el cansancio no obstante las cargas extenuantes de trabajo que teníamos. He visto personas trabajar más allá de sus turnos, a pesar de que las horas suplementarias sean ya para todos lo habitual. He visto una solidaridad de todos nosotros, que nunca nos olvidamos de preguntar a los internistas “¿En qué puedo ayudar?” o “Déjame ese paciente, lo atiendo yo”. He visto médicos que desplazan camas, trasladan pacientes y administran tratamientos en lugar de los enfermeros; enfermeros con lágrimas en los ojos porque no logran salvar a todos y los signos vitales de varios pacientes indican al mismo tiempo un destino ya clausurado. No hay horarios ni turnos.

Para nosotros toda vida social está interrumpida. Yo me separé hace unos meses, pero les aseguro que siempre hice lo posible para ver a mi hijo, incluidas las noches de guardia, pero hace casi 2 semanas que no veo ni a mi hijo ni a mi familia por temor a contagiarlos y de que ellos contagien a su vez a un abuelo o pariente con problemas de salud. Me satisfago con mirar con lágrimas enlos ojos fotos de mi hijo y con una que otra video-llamada. Tengan pues también ustedes paciencia si no pueden ir al teatro, a los museos o gimnasio. Tengan compasión de la miríada de viejitos que podrían exterminar. No es su culpa, lo sé, pero cómo se les ocurre pensar que se esté exagerando y aún cuando mi testimonio les parezca una exageración porque no están en el epicentro de la epidemia, escúchenme: salgan de casa sólo para lo indispensable. No vayan en bola a los supermercados a hacer compras: es lo peor que pueden hacer, pues de esa manera se concentran y es mayor el riesgo de contacto con contagiados que no saben que lo están. Vayan como de costumbre. Si tienen un tapabocas normal (o como los que se utilizan para trabajos manuales): úsenlos. No busquen los FFP2 o FFP3. Esos los debemos utilizar nosotros y de por sí tenemos problemas para encontrarlos. Pues a estas alturas, aún nosotros debemos optimizar su utilización y no hacer uso más que en determinadas circunstancias como lo sugirió recientemente la OMS en razón de su escasez global. Así es, a causa de la penuria de ciertos materiales, yo y otros tantos colegas nos hemos de seguro expuesto,  no obstante todos los medios de protección con que disponemos. Algunos de nosotros ya nos contagiamos a pesar de los protocolos. Algunos colegas contagiados contagiaron a miembros de su familia, y algunos luchan ahora mismo entre la vida y la muerte. Nosotros estamos allí donde el miedo aleja a todos . Manténganse lejos.

Pídanle a todos los abuelos de su familia y a aquellos con padecimientos que permanezcan en casa, háganles sus compras que no salgan. Nosotros, médicos, no tenemos alternativa. Es nuestro trabajo. Aunque el trabajo que realizo estos días no es propiamente el que acostumbro, lo hago y me seguirá gustando mientras siga respondiendo a los mismos principios: intentar mejorar el estado de algunos enfermos y curarlos o bien, tratar simplemente de aliviar el sufrimiento y dolor de aquellos que pordesgracia no tienen cura. Seré breve en lo que mira a las personas que nos aclaman “héroes del momento” y que son los mismos que hasta hace poco nos denunciaban… y que nos volverán a insultar y denunciar en cuanto acabe la epidemia... la gente olvida con tal rapidez. Y tampoco somos héroes: es nuestro oficio. Ya nos arriesgábamos desde antes con contagiarnos de cosas feas: cuando poníamos las manos en el vientre ensangrentado de alguien que ignorábamos si tenía SIDA o Hepatitis C; o cuando las hundíamos en su sangre a pesar de saber que sí tenían; o cuando nos picábamos al atender a un sidoso y durante un mes debíamos tomar medicamentos que hacen vomitar de la mañana a la noche. Y qué de la angustia con la que abrimos los resultados de nuestro chequeo médico tras un pinchazo accidental esperando no habernos contagiado. Si quieren saberlo todo, nuestro ganapán nos ofrece lujo de emociones. No importa si buenas o malas, al final las apechúgamos todas  buscando ser útiles a los demás. Ahora es su turno de ustedes de ser útiles también, pero si nosotros con nuestras acciones influimos en la vida o muerte de unas pocas decenas de personas. Ustedes (el público) con las suyas influyen en las de un mundo. Compartan este mensaje e inviten a compartirlo. Es un favor que les pido a fin que corra la voz para que no suceda en el mundo o en toda Italia lo que actualmente sucede en Bérgamo.”


(Traducción por Ana Xochitl Avila del testimonio en redes del Dr Daniele Macchini, médico de la clínica “Humanitas Gavazzeni” de Bergamo en Lombardía, Italia, con base en la publicación “Au coeur des ténèbres en Italie : les médecins… contre le coronavirus”.)
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