Enfermedad politica
De política nunca me ocupe, y en esto me parecía actuar con una perfecta reciprocidad en relación a la mayoría de los hombres y mujeres políticos, quiénes -según queda patente- una vez obtenidos los cargos gracias al apoyo de sus electores, no tienen otra preocupación que olvidar por completo al mismo electorado y las promesas hechas. Al respecto, si existe una ventaja en la impugnación de los resultados de las elecciones, será esta: prolongar la necesidad que el candidato, electo o no, tiene del apoyo de sus votantes. Ventaja muy relativa. Por que, en verdad, el ciudadano elector en Arrica está más que acostumbrado a que se le pase por alto: asi ha vivido sin que esa inexistencia política lo alterara en su integridad psíquica hinchiéndolo como pavo de orgullo cuando ganaba su partido o desinflándolo al contrario hasta la forma de una larva, cuando perdía. En cambio, esa súbita necesidad que se tiene de él, ese llamado constante de su presencia y opinión, ese peso de pronto adquirido es un tipo de poder que sí lo desequilibra. Ya que nada hay más difícil –y se puede preguntar a los grandes, medianos y casi medianos de la tierra-, nada hay más difícil de manejar para quien lo tiene en las manos que un nuevo poder. De manera que los ciudadanos en Arrica se comportan desde hace poco más de un sexenio como auténticos tiranos, ya de izquierda ya de derecha, en eso van parejo. Y esto se puede percibir en el abuso de un set de palabras. De hecho, la palabra clave en le Republica Teredal de Caxilo ha pasado a ser: Yo o Nosotros queremos.
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